Presiones internacionales, elecciones amañadas, politilización militar, abstenciones inducidas y fraudes fueron parte de una historia de traumas electorales vividos hasta 1994.
De hecho, estuvimos al borde de una guerra civil por serias denuncias de trampas electorales atribuidas al presidente Balaguer en las elecciones de mayo de 1994.
A pesar del fraude, 2 meses y 16 días después de las elecciones fue que la JCE proclamó ganador a Balaguer. A raíz del torcimiento de la voluntad popular, se iniciaron en el país una serie de protestas violentas.
Pero, puso fin a ese desorden político, la firma, el 10 de agosto de 1994, por parte de Joaquín Balaguer, José Francisco Peña Gómez y otros, del “Pacto por la Democracia”.
Este posibilitó una reforma a la Constitución para limitar el período presidencial; prohibir la reelección presidencial; celebrar elecciones presidenciales y congresuales y municipales separadas y permitir la doble vuelta electoral; establecer la inamovilidad de los jueces; y, crear el Consejo Nacional de la Magistratura.
Aunque apresuradas dichas reformas, desde entonces las elecciones han contado con un órgano supremo electoral en capacidad probada de organizar los comicios con credibilidad.
Recientemente, antes y durante las elecciones, algunos partidos llamaron los fantasmas, de un complot y de un apagón electoral, que tendría como objetivo trastornar los resultados del certamen municipal.
Pero, la Misión de Observación Electoral de la OEA desmintió las aseveraciones aparecidas en las redes sociales, enfatizando que, lejos de encontrar irregularidades, observó un proceso electoral ejemplar y que, contrario a las afirmaciones falsas que han circulado en diversas plataformas reconoce y aplaude el trabajo realizado por la JCE para asegurar unas elecciones municipales transparentes, organizadas y exitosas.
Los políticos deben entender que los mitos e historias electorales de los fantasmas de las trapacerías, chanchullos y fraudes electorales son igualmente débiles, pálidos e imaginarios.
Obviamente, aún quedan tareas pendientes para fortalecer los procesos electorales. Pero, lo que más le falta al sistema electoral dominicano es la colaboración sincera de los partidos políticos para atraer a la población votante a participar activamente en dichos procesos (art. 216 de la Constitución).
Ya la gente ha venido despertando y los fantasmas de trampas no son sino muertos que no resucitan o, que, al menos no debemos contribuir a su reaparición, poniendo en riesgo lo que hemos ganado en democracia.