A veces resulta difícil y complicado separar la realidad del sueño. Puede que anoche fuera una de esas ocasiones en que la existencia se diluye y se transforma y nos resulta en verdad imposible distinguir una situación de la otra.
Dormidos o despiertos, las imágenes, los rostros, las calles, los lugares que recorrimos alguna vez cobran tan profundos niveles de realidad que nos obligan a permanecer por horas en un ámbito neblinoso e irreal en el que, casi siempre, la alegría se diluye en la nada y nuestro espíritu se desborda en una diversidad de sentimientos confusos.
Sí, recuerdo haber soñado en una pequeña casa con amplias persianas de madera con acceso a una barriada más bien triste por cuyas aceras se desplazaban personas que deambulaban despacio por caminos de tierra. No podía precisar si era de madrugada o de tarde, solo que el ambiente era gris, desolado, y los transeúntes poseían una devastadora mirada de tristeza.
Recordé, entonces, que poco antes sostuve una conversación con el poeta y escritor Juan Freddy Armando y el tema común fue el de una poeta amiga que, al parecer, sufrió numerosos inconvenientes de salud durante los amargos días de la pandemia. Creo no recordar mal si esa persona, que se desempeñaba también como enfermera, sufrió una herida en una mano y no pudo tratársela adecuadamente.
Perdí el contacto con ella y luego me enteré que había viajado al lugar donde laboraba en Puerto Rico.
Las imágenes y las palabras empezaron a confundirse debido al clima terrible que nos hundió a todos en el temor y el pesar de esos días. El miedo era una presencia ominosa que nos acechaba desde los rincones.
En una ocasión y ya muy tarde en la noche, recuerdo que sentí junto a mi compañera que nuestro hijo, casi recién nacido, respiraba con extrema dificultad. Salimos a una clínica próxima, pero, debido al toque de queda, era una situación compleja y peligrosa en la que podíamos resultar detenidos o quién sabe.
No ocurrió así. Pero era aterrador recordar las casas cerradas, el silencio absoluto y siniestro, la ausencia de personas, el temor a ser incomprendidos por los uniformados que custodiaban las calles que nos recordaban aquella nube gris que asesinaba a los primogénitos de aquella cinta inolvidable, “Los diez mandamientos”.
He tratado, junto a numerosos y conocidos, conocer del estado de la poeta. Apenas nos llega la información de que permanece interna y que no se ha recuperado.
Aguardemos con la esperanza de que logre salir con bien.
En mis sueños de anoche sentía que alguien me despertaba. Al abrir los ojos descubrí en medio de una intensa neblina un pequeño cuarto de pobreza, triste y oscuro, y apenas si alcanzaba a vislumbrar una barriada triste y abatida, calles desoladas, gente inconsolable, y una situación devastadora.
Recuerdo que mi padre, ya fallecido, me daba voces para que le acompañara. Pero era un llamado que venía de tan lejos… Apenas si podía vislumbrar su desdibujada presencia en ese ambiente triste y abatido, en esas calles derruidas y desoladas.
La última vez que conversé con la poeta, ella me solicitó que leyera su último poemario, que tituló “Flor de sangre”. El primer poema es una despedida : “Usted ,que en algún momento se creyó una divinidad oscura/otorgando castigos con actitud airada y arrogante”.
“Escuche amigo/no está lejano el día de hacer la contabilidad de nuestras cuentas/de concurrir a juicio/depositar las cargas en la balanza/nuestras grandezas/nuestras maldades” ….