Las celebraciones navideñas de la familia real británica combinan rituales heredados, sentido del humor y una estricta organización marcada por el protocolo. Así lo relató Grant Harrold, ex mayordomo del rey Carlos III y antiguo servidor de varios miembros destacados de la monarquía, a partir de sus recuerdos personales compartidos en una entrevista con The Independent.
Harrold explicó que muchas de las costumbres navideñas de los Windsor se mantienen prácticamente intactas desde la época de la reina Victoria y el príncipe Alberto, cuya influencia alemana dejó una huella profunda en los rituales familiares. “Hacen todo de manera casi religiosa, exactamente igual año tras año”, señaló el ex mayordomo, destacando la continuidad de tradiciones que atravesaron generaciones, desde Isabel II hasta la actual familia real.
Entre las prácticas más representativas se encuentra la decoración del árbol de Navidad y la colocación de los regalos sobre mesas especialmente adornadas la víspera de la festividad, una costumbre que responde al modelo original introducido en el siglo XIX. Sin embargo, el intercambio de obsequios ha evolucionado con el tiempo.

Según Harrold, los regalos solemnes y de mayor valor han sido desplazados en Nochebuena por presentes humorísticos y de broma, mientras que los más formales se reservan para el día de Navidad. Esta dinámica aporta un tono distendido a la velada, que suele incluir una merienda de tarde y momentos de cercanía familiar.
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En cuanto a las compras navideñas, el ex mayordomo describió un delicado equilibrio entre discreción e implicación personal. Recordó que el entonces príncipe Carlos solía delegar encargos en miembros de su equipo de confianza, especialmente para adquirir artículos en comercios que abastecen oficialmente a la Casa Real. No obstante, señaló que otros miembros de la familia prefieren realizar las compras por sí mismos. En ese sentido, mencionó que la reina Camilla ha sido vista en el pasado haciendo compras navideñas personalmente, y que las mujeres de la familia tienden a asumir esa tarea con mayor frecuencia.

Sobre las nuevas generaciones, Harrold comentó que el príncipe William procura pasar desapercibido cuando sale de compras, recurriendo a gorras o gafas de sol para mantener el anonimato. Con humor, añadió que no imagina al rey Carlos III recurriendo a ese tipo de disfraces, ya que le resulta más natural delegar este tipo de gestiones.

La jornada de Navidad culmina con una cena cuidadosamente organizada, cuya estructura responde a una tradición bien definida. Harrold relató que la reina Isabel II marcaba el ritmo del día con una rutina estricta: comenzaba con una misa privada a primera hora de la mañana, seguida de un desayuno familiar y, posteriormente, la asistencia al servicio religioso público. Tras el regreso a la residencia, se ofrecía una bebida antes del almuerzo.

El menú navideño suele tener como plato principal el pavo, aunque en épocas anteriores también se sirvieron ganso o incluso cabeza de jabalí. No faltan los entrantes ni el tradicional pudding navideño, una receta emblemática que Isabel II llegó a preparar junto a su bisnieto, el príncipe George.
El cierre del día lo marca el discurso navideño del monarca, que actualmente la familia suele ver reunida, dejando atrás antiguas costumbres que implicaban separarse en distintas estancias. Según Harrold, este gesto refleja una mayor sensación de unidad y cercanía.
Así, las Navidades de los Windsor se desarrollan entre tradiciones centenarias, discreción y pequeños gestos de modernidad, preservando la esencia histórica de la monarquía mientras se adaptan, de forma sutil, a los tiempos actuales.