Trabajar para el presente y el futuro

Trabajar para el presente y el futuro

Trabajar para el presente y el futuro

Roberto Marcallé Abreu

Con frecuencia resulta penoso y deprimente leer en los diarios dominicanos o ver y escuchar en las noticias radiales o televisivas sobre los “encuentros ” o declaraciones de ciertos personajes, que bien podrían describirse como agonizantes y decadentes dirigentes políticos, aquellos que una vez disfrutaron de un espacio en la vida pública y hasta llegaron a ser proclamados con el ambiguo y deleznable léxico de los aduladores de oficio como “conductores de pueblo y rectores de nuestros destinos colectivos”.

He visto y reflexionado, con una mezcla de horror y disgusto, cómo viejos dinosaurios de los que no hemos olvidado sus prácticas políticas turbias, sus robos y negocios truculentos, su no disimulada dedicación a prácticas administrativas deleznables, procuran erigirse, uno no sabe de qué manera, como “portavoces del sentir ciudadano, y los cambios imperativos que demanda la sociedad”.

Sus propuestas y aseveraciones son tan deleznables y vacías, al igual que sus estudiados y ridículos gestos, actitudes, frases, que le hacen sentir a quien los observa fríamente que, para esa gente, el tiempo no ha pasado, que se aferran a la mentira de que hay mucha gente ingenua-o, malintencionada- en actitud de creerles, o que sus estudiados gestos y falsas posturas podrían convencer al ciudadano común y corriente.

Si algo no han comprendido estos malandrines es que estos son otros tiempos. Sus oscuras prácticas y peores intenciones, despacio, pero de manera irreversible, se van situando en el ámbito del recuerdo prudente y la actitud cauta del ciudadano. Por eso, van quedando en el pasado.

Quienes se les aproximan todavía creen que obtendrán la concesión de prebendas y en la creación de “ese breve espacio donde estás” por si alguna vez ocurre un milagro. Solo que esas intervenciones divinas tal parece que pertenecen al ámbito bíblico y, como dice la canción, definitivamente no volverán. Y que el Señor me escuche.

Por eso, es esencial que comprendamos como pueblo que el mundo está en proceso de cambios radicales e irreversibles.

Y que es preciso realizar un esfuerzo mayúsculo hacia el propósito esencial de no quedarnos inmersos en un pasado desbordado de limitantes atrasos y, por la fuerza de las circunstancias, asumir las transformaciones que nos permitan insertarnos en un universo cada vez más complejo y, no obstante, cada vez más promisorio, porque cuanto está en juego es el obligatorio avance y el futuro de toda la humanidad.

Los indicios y las evidencias se muestran por todas partes. El concepto de un “mundo civilizado” y unipolar en expresa contradicción con una gran parte de países y de seres humanos inmersos en una forma de vida plagada de dificultades y atrasos, gradualmente va quedando atrás. Los centros de poder se diversifican y muchos esquemas, ya desfasados, quedan sepultados en una niebla irreversible.

Resulta evidente que la humanidad está viviendo cambios radicales, insisto en el tema. Es preciso observar los hechos con mirada amplia y profunda, a fin de seguir el ritmo a estas transformaciones y asumirlas sin pérdida de tiempo, porque quienes no hagan un ejercicio de esta naturaleza, quedarán atrapados en un pasado y un tiempo desbordados de problemas y coyunturas irresolubles.

Las variables que integran la esencia del siglo XX han ido desapareciendo y son sustituidas por otras radicalmente nuevas. Incluso, bien puede decirse que muchas de las iniciativas de las autoridades vigentes es la de establecer parámetros en las prácticas administrativas orientadas a insertarnos en las orientadas al futuro mediato e inmediato.
Los dominicanos, con frecuencia, hemos vivido apegados a conductas y percepciones que, de manera creciente, han ido quedando en el pasado.



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