“La victoria tiene cien padres, pero la derrota es huérfana”, Napoleón Bonaparte.
Con su triunfo arrollador en los Juegos Olímpicos recién celebrados en París, la joven atleta oriunda de la comunidad de Don Gregorio, en Nizao, provincia Peravia, se coronó como la reina indiscutible de los 400 metros planos.
Con sus piernas prodigiosas paró el crono a los 48.17 segundos, y de paso impuso un nuevo récord olímpico en esa disciplina.
Hasta los asmáticos paralizaron la respiración mientras ella “volaba” por la pista dejando atrás a sus competidoras. La superioridad de ella nunca estuvo en duda.
Once millones de corazones dominicanos palpitando al unísono: Ganó Marileidy, un orgullo nacional de todos, sin importar simpatías partidarias, o religión.
Como suele ocurrir en estos casos, el gozo de los residentes en las torres de Naco o Piantini era igual al de los plebeyos que residen en La Ciénaga o Gualey. Todos somos Marileidy, ahora.
Esa es la historia de la humanidad: rendirse a los pies del ganador e invisibilidad a los que llegan de último. Pasa hasta en la familia, en la escuela, en los deportes y en la política.
Cuando están en la cúspide, los más destacados reciben el apoyo, los aplausos y hasta regalos si hay, mientras los más rezagados son ignorados, acaso apartados, rechazados como escorias indeseables, “The winner takes it all (El ganador se lo lleva todo).
Así ha sido desde que Adán y Eva fueron echados del Paraíso por desobedientes (vaya rencor divino).
Y yo, un simple mortal, me pregunto si eso es lo justo, si tiene que ser así.
Creo que no. Se trata de un error. Como a Marileidy, que ahora recibirá una serie de regalos bien merecidos como son los 15 millones de pesos del Gobierno, una compra mensual, consulta médica, un vehículo, computadoras, celulares, etc., a muchos les llegan las ayudas cuando ya no las necesitan tanto.
No mal interpreten, por favor, pero, ¿quién necesita más ayuda, la Marileidy de antes, o la medallista de ahora? La respuesta es obvia.
Cuando corría semidescalza, en medias, o con tenis prestados, cuando su madre apenas podía darle 5 pesos para que se comprara una fundita de agua (como a la senadora Sonia, a ella tampoco le alcanzaba para una botellita de agua), ahí era cuando ella más necesitaba una mano amiga, pero aún era “invisible”, una ilusa que soñaba con tener las piernas más veloces del Olimpo.
Cuántos sueños rotos andarán por ahí todavía descalzos, o con tenis roto, por falta de una política de Estado que les impulse en su carrera por alcanzar la meta de trascender como atletas.
Mi madre me enseñó la importancia de pensar en los otros: “nunca se olviden del que está más desvalido, del más necesitado”.
Sueño con el día en que el interés colectivo esté por encima de los intereses particulares. Sin duda así tendremos una mejor sociedad, un mundo mejor.
Volviendo a Marileidy, pero sin olvidar a los demás, creo que el Gobierno debería acoger la propuesta del maestro Ramón Cocco, profesor de periodismo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, quien sugiere que el gobierno les entregue 1 millón de pesos a todos los atletas (y entrenadores) que participaron en los Olímpicos, aunque no hayan ganado medallas.
El mero hecho de clasificar ya es una hazaña que debe ser reconocida y recompensada.
De hecho, todos los jóvenes merecen una mano amiga, un estímulo. Una pequeña ayuda en el momento oportuno. Eso podría ser la diferencia entre un joven que recibe una bala en la cabeza y un atleta que se cuelga una medalla olímpica en el cuello.