Es cierto que “cada quien habla de la fiesta según le va en ella”, pero los incontrovertibles hechos, “tercos como una mula”, son los que al final confirman o desmienten las palabras.
Aún no hemos llegado al nivel de otros países, pero es innegable que nuestro sistema de partidos está al borde del colapso, por más que quienes hoy disfrutan las mieles del poder digan que la democracia dominicana es “un modelo envidiable”.
No ven, o pretenden no ver, el descalabro institucional que vive el país, a lo cual no escapan los partidos, que a mi entender atraviesan por uno de sus peores momento, y que se encaminan velozmente hacia un precipicio del que nadie sabe, a ciencia cierta, qué consecuencias arrastrará.
En el pasado reciente tuvimos políticos que fueron respetables y que arriesgaron hasta sus vidas en la lucha por la democracia. Hoy no son más que vulgares mercaderes de la política, simples oportunistas capaces de justificarlo todo siempre que favorezca a sus intereses.
¿No es eso lo que ha pasado con los otrora liberales partidos Revolucionario Dominicano (PRD) y de la Liberación Dominicana (PLD)?
El primero, con una larga historia en la lucha por la democracia, se ha convertido en una rémora que se alimenta de las migajas del tiburón podrido que le deja el “dueño” del banquete-Estado, y si antes fue el principal partido de oposición, hoy es una “ñinga” de partido, una bisagra oxidada.
¿Y qué ocurre con el PLD? Esta organización fundada por Juan Bosch, un político sin ambición de dinero, pasó de ser un referente ético primero a una maquinaria electoral y luego a una corporación donde el único interés es permanecer en el poder para seguir acumulando fortuna, sin importar que para ello tengan que pasar sobre el cadáver político de sus propios compañeros (ni hablar entonces de los otros, sean o no aliados).
Esa es -a mi juicio- una de las razones por las que las principales organizaciones políticas dominicanas estén hoy partidas en dos, algo malo que podría ser bueno.
Del PRD salió el PRM, pero quedó dividido entre el grupo de Miguel y quienes le adversan. En el PRM Hipólito Mejía y Luis Abinader se disputan el control del partido.
Del Reformista ni hablar, Víctor Bisonó por un lado y Quique Antún por el otro acaban de oficializar su división.
En el PLD las contradicciones entre Leonel y Danilo parecen irreconciliables, no por razones ideológicas o de principios, sino por quién controla el partido y por ende el Estado, el cual confunden a propósito.
Todos están partidos en dos, debido a intereses particulares y pueden, si los dejamos, conducir a un callejón sin salida.
Ante semejante panorama se impone, entonces, que los dominicanos preocupados por el futuro de nuestro país debemos ir pensando en una alternativa que, desde una posición progresista y democrática, garantice un cambio de rumbo antes de que los ambiciosos terminen de engullírselo.