La falta de relevo en la dirigencia deportiva se ha mantenido por décadas, y todo indica que se mantendrá como una constante por lo menos en los próximos 10 años.

Los que abogan porque los actuales dirigentes se mantengan en sus posiciones, son enfáticos en señalar que la casi totalidad de los aspirantes carecen de capacidad de liderazgo, para asumir esas responsabilidades.

Esa teoría también es la bandera que exhiben los políticos criollos, que se aferran a sus posiciones bajo el alegato de que las nuevas generaciones son incapaces de asumir responsabilidades como las que requieren los altos mandos de esas organizaciones.

En política los veteranos son, y al parecer seguirán siendo, los autores de “fundir” como metal a miles de jóvenes que han subido y tienen otra perspectiva sobre la sociedad.

Aunque el deporte tiene dirigentes con una buena formación, muchos se han quedado atrás, producto de la inercia que ha caracterizado al movimiento deportivo nacional.

Esa ha sido la historia desde siempre, apenas cuatro presidentes del Comité Olímpico en toda su historia, y otros que han perdurado por décadas al frente de federaciones, asociaciones, clubes y ligas.

Esas instituciones, aunque resulte increíble, son manejadas como empresas propias, donde no se permiten enfoques contrarios a los intereses de ese reducido grupo.

Por ello es que resulta una odisea aspirar y mucho menos lograr efectos que alteren el “statu quo” de aquellos que desde hace años ostentan y manejan esas entidades como si fueran príncipes y reyes.

No es por fuñir, pero el deporte necesita una renovación a corto plazo, porque no se puede seguir por rutas que necesitan un rediseño, un viraje de 180 grados, lo cual sería imposible en las actuales coyunturas, porque hay fuerzas que se oponen a rajatablas a cualquier cambio de la situación.