“En países como el nuestro, tan fácil es subir del destierro al solio presidencial, como descender de éste ante las barras del Senado”.
No fue exactamente con esas palabras que cito de memoria, pero tal fue el sentido de lo que le dijo el arzobispo Meriño a Buenaventura Báez cuando éste llegó del destierro para asumir la Presidencia de la República.

Ese episodio de nuestra historia se repite en la cotidianidad de la vida. Tan fácil se pasa de la pobreza a la riqueza, como viceversa. De la gloria al repudio, de la adulonería a la injuria, y ahora lo vemos hasta en el deporte, una actividad que siempre se nos ha pintado como pura e inmaculada.

Tal es el caso de Sammy Sosa. Sus actuaciones en el béisbol de Grandes Ligas lo convirtieron en algo así como un semidiós, sobre todo en Chicago, sede del equipo para el cual Sammy hizo grandes hazañas e implantó increíbles récords. Ahora se le regatea su ingreso en el Salón de la Fama y su merecido título de “inmortal”.

¡Cosas de la vida! Aprendamos la lección. No confiemos en los elogios cuando estemos en buenas posiciones, pero tampoco nos abandonemos en el derrotismo cuando atravesemos malos momentos.

Recordemos el pasaje bíblico que nos dice, con toda razón, que hay tiempo para todo y que todo tiene su tiempo: “Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo: tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de derribar, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar; tiempo de lanzar piedras, y tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo; tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de rasgar, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de odiar;
tiempo de guerra, y tiempo de paz”.