Hace casi una década, en la era de AMET antes de INTRANT, relaté que violé la ley y me pusieron una multa. La raso Cubilete, muy arregladita ella, sonrió como picúa oliendo sangre al verme responder el celular.
Fue minutos tras las 3:00 de la tarde en la Churchill esquina Garrido Puello. Iba por el carril central. Se armó un tapón al detenerme. Sugerí a la policía pararme a la derecha.
Accedió, pero cuando le indiqué que no podía estacionar encima del cruce de peatones, hizo una muequita que presagiaba mala suerte. “Deme un chancecito”, imploré al mostrarle todos mis documentos en orden.
En la misma esquina, tan cerca que podía tocarlo, en un carro oficial su conductor parloteaba por teléfono, varios motociclistas igualmente invisibles para las tres agentes de servicio cruzaron el semáforo en rojo, un carrito público destartalado dio una prohibida vuelta en “U”, otro taxi paró abruptamente sin luces de freno…
“Sólo cumplo mi trabajo”, respondió. ¡Qué no habría dado por tener patente de “padre de familia”! Increíblemente, todo sigue igual…