El valor supremo de la civilización es la vida humana. Vivir es el mayor don y regalo de Dios. Aun con los estruendosos cantos de sirenas que pretenden normalizar y legalizar un inexistente derecho al aborto como avance civilizatorio y emancipador de la mujer, el derecho a la vida es el triunfo de la ética y de la razón.
Apostar por la vida siempre es una ganancia y el aborto una pérdida. ¿De cuántas vidas ejemplares se hubiera privado a la humanidad si se hubieran cercenado antes de nacer? Veamos dos grandes ejemplos:
Juan Pablo II
A la madre del Papa Juan Pablo II, Emilia Wojtyla, cuando estaba embarazada su médico le recomendó abortar por su precaria salud.
Aunque su vida estaba en riesgo de muerte, su profunda fe no le permitió elegir el aborto.
Si su madre lo hubiera abordado no tuviéramos a uno de los personajes que más influyeron en el logro de la paz y en evitar una tercera guerra mundial.
Gracias a la opción por la vida conocimos al papa viajero. A un ángel que con sus diálogos contribuyó con la caída del muro de Berlín, la perestroika y el diálogo en plena Guerra Fría.
Mozart
Mozart también corrió el riesgo de ser abortado.
En tiempos de hambre y pobreza el padre presionó a la madre embarazada para que abortara y así no revivir el riesgo de otro hijo víctima de muerte prematura como los anteriores.
Al final, gracias a la opción por la vida de una madre valiente, tenemos a Mozart. Sin él la música no sería lo que es. Su producción musical consta de más de 600 obras de un carácter tan sublime que se utiliza para terapias y potenciar la inteligencia, lo que ha sido estudiado en el llamado Efecto Mozart.
En las melodías de este gran músico se expresa la misma alegría de vivir a que estamos llamados.
La decisión por la vida siempre nos demuestra que toda vida es valiosa. En muchas de las vidas que sobreviven a un posible aborto lo que vemos es que generalmente se convierten en existencias extraordinarias que expresan la gloria y las maravillas de Dios.