Comentaba yo con un amigo los días sombríos que la delincuencia nos está haciendo vivir en estos días y, lo peor de todo, cómo nos estamos acostumbrando a ello sin darnos cuenta.
Crímenes sangrientos, asaltos en la carretera, robos y atracos a plena luz del día, estafas millonarias, narcotráfico, abusos sexuales y pedofilia, golpizas intrafamiliares… en fin!, todo un catálogo de inconductas escondidas bajo un manto de impunidad tan culpable como ellas mismas.
Nos preguntábamos mi interlocutor y yo si procede pensar que se trata de una indetenible caída de toda la Humanidad -no sólo de nuestra pequeña República Dominicana- o si por el contrario los males que enfrentamos son exclusivamente responsabilidad de nosotros, por no saber manejarlos.
Llegamos a la consoladora conclusión de que talvez nuestros nietos sean más afortunados que nosotros y encuentren un escenario mejor para desempeñar el rol que les toque representar. Pero para ello sería preciso que quienes estamos ahora en escena comencemos a cambiar los papeles desde ya.
La sociedad no va a cambiar por sí sola. Cada uno de nosotros –usted, yo, aquel y el de más allá- puede y debe aportar algo para evitar la catástrofe final. No lo dejemos todo al vecino. Sembremos con el ejemplo. Enseñemos el bien. Salvemos a nuestros nietos.