No sé lo que está pasando. Desde hace un tiempo siento una gran crispación en el ambiente.
Son muchos los ejemplos que pudiera poner, incluso mientras escribo estas líneas oigo las bocinas constantes e impacientes de los conductores que se sienten como puñetazos sonoros. Vivimos ansiosos e irascibles.
Ahora, recurrir al sentido del humor, la ironía y el sarcasmo ya no funciona. Digas lo que digas siempre surgen ataques de alguien que lo considera políticamente incorrecto. Ser solidario siempre va acompañado de algo que querrá a cambio o eso lo hace solo para la foto. Juzgamos y agredimos.
Se habla mucho de empatía y no encuentro a muchas personas que la practiquen, sí a quienes la predican. Las zancadillas están a la orden del día, la decencia se ve como algo pasado de moda, la educación se ha quedado en los anales de la historia. Ves como el tú primero, los demás después, está a la orden del día.
No hay señales de civismo. De esa convivencia entre iguales que permite que un simple buenos días te alegre la mañana, ahora vamos mirando el celular a todos los lados, rápido, sin tiempo a socializar más allá de pequeños momentos, en pequeños grupos, y muchas veces oyes que es más compromiso que deseo.
No trato de ser fatalista, aunque lo parezca. Trato de entender. De saber por qué agredir antes que entender es más efectivo. Recuerdo cuando mis padres me transmitieron respeto a mis mayores, a instituciones como los profesores, a no interrumpir a los demás, a siempre ayudar si estaba en mi mano y sobre todo a valorar a los demás más allá de su apariencia.
No me gusta decir que tiempos pasados fueron mejores, pero desde luego que antes éramos más humanos cuando eso era sinónimo de respeto.