Nuestro vecino Haití pasa por una crisis generalizada que no ha hecho sino empeorar luego del asesinato de su presidente Jovenel Moïse en julio del año pasado.
Sin un gobierno capaz de ejercer efectivamente el poder, sin un Estado que pueda controlar su territorio, sin una economía productiva que sirva de sustento a la población, Haití está sumido en un caos casi sin parangón.
Una situación como la descrita será siempre preocupante para nuestro país, pero hechos ocurridos en las últimas semanas han causado inquietud justificada por los efectos que la crisis haitiana puede tener en República Dominicana. Los disturbios que afectaron una importante empresa transfronteriza de capital dominicano, el asesinato de tres dominicanos en una finca fronteriza y la posterior violencia indiscriminada contra los haitianos de la comunidad en la que ocurrió el hecho, son señales de que esta crisis podría convertirse también en nuestra. Debemos evitar a toda costa que esto ocurra.
Los dominicanos debemos hacer acopio de nuestro sentido de unidad y debatir el camino para garantizar que se mantenga la estabilidad disfrutada en las últimas décadas. Para ello son necesarias muchas cosas, pero la más importante es que la dirigencia política y social se reúna para establecer qué medidas tomar para y cómo implementarlas. Si no lo hacemos, el compás de los acontecimientos escapará de nuestras manos y será marcado por los provocadores a ambos lados de la frontera que ven una oportunidad en la posibilidad de un conflicto.
El presidente Luis Abinader tiene la autoridad política y los mecanismos para convocar a este diálogo nacional, y debe hacerlo de manera urgente.
Los dominicanos están llamados a deponer sus diferencias y a contribuir, cada cual desde su óptica y capacidades, con la construcción e implementación de una estrategia nacional para enfrentar este reto. Sin aspavientos, sin extremismos, sino con la claridad, la serenidad y constancia que requiere el momento.
El tiempo es limitado, no podemos desaprovecharlo