MANAGUA, Nicaragua. Nos ha correspondido vivir en un mundo cada vez más extraño, incomprensible, complejo. Si uno cierra los ojos, bien puede imaginar esos amaneceres cuando la atmósfera se vuelve densa, una vaga claridad permite vislumbrar apenas las cosas y sufrimos el acoso y la asfixia de un silencio opresivo y peligroso.
Es preciso afinar la mente y los sentidos, agudizar nuestra capacidad para ver y pensar. Los hechos, los silencios y las circunstancias se proyectan frente a nosotros y el panorama puede volverse oscuro, indefinido.
La tragedia, el peligro, la confusión, las ideas y actitudes equívocas se encuentran por todas partes y nos limitan en nuestra capacidad de apreciar con certeza la realidad y proceder con entereza, claridad de visión, certidumbre, sentido común.
Este mundo que nos ha correspondido vivir está desbordado por lo equívoco, las intenciones retorcidas, los riesgos, el peligro. En una de las novelas de J.R. Tolkien recordamos a alguien que camina por un sendero estrecho e incierto. Los cadáveres flotan en las aguas descompuestas.
El país que ha recibido el presidente Abinader en nada se parece al de otros tiempos. Con frecuencia, el ciudadano, el compañero, el partidario es, sencillamente un enigma, un misterio.
¿Procederán ellos en armonía con lo que el país requiere y demanda, con los planes y programas orientados a recuperar lo que hemos perdido, aquellas creencias y conductas orientadas a que retornemos al camino sin extraviarnos en las perversidades y maldades del pasado?
Es un tiempo de grandes dilemas y de aterradoras decisiones.
El mundo subsiste en los mismos límites. El ser humano ha cambiado y se ha revertido en raro e impredecible. Nunca, como en estos tiempos, se tropezó uno con tantos deseos insatisfechos, tantos apetitos, tantas conductas equívocas, tantos intereses.
Vivimos inmersos en un mar de fango donde son escasas las ideas positivas, los propósitos definidos, el heroísmo, el sacrificio.
Es en este panorama equivoco y retorcido donde es preciso una modalidad de heroísmo que ha sido suplantada y casi aniquilada por el egoísmo, el extremo bienestar, los deseos equívocos, los retorcimientos en la conducta, la ambivalencia, la hipocresía, la mentira, el dinero.
Es preciso comprender que la salvación radica en retornar al espíritu de nuestros patricios, de nuestros grandes pensadores, de quienes sacrificaron lo mejor de sus vidas para crear una Patria grande, orgullosa, en la que sus hijos encuentren el ámbito correcto, los niveles de espiritualidad y sacrificio que demandan los grandes proyectos.
Se trata de la Patria, la Patria de todos. Ahora más que nunca es preciso tener ideas claras y definidas que el imperativo del momento es la entrega, la dedicación, el sacrificio, dejar de lado las malquerencias absurdas, las pequeñeces, la autosatisfacción, el egoísmo, el pensamiento equívoco de que estamos solos en el mundo y de que nadie más cuenta o importa.
Es preciso situarse en este contexto para seguir adelante. De lo contrario, sucumbiremos ante realidades poderosas y retorcidas que no quieren lo mejor para nuestro pueblo, para nuestro país, para nuestros hijos. Son tiempos para reflexionar, ofrecer lo mejor de nosotros y pensar lejos y muy alto.
Son tiempos complicados en los que debemos hacer lo que hay que hacer, aunque no seamos comprendidos y nuestras propuestas despierten rechazos y enemistades.
La Patria, nuestros hijos, el futuro, el pensamiento de nuestros grandes hombres es la norma a seguir si aspiramos a sobrevivir.