¿Cuántas veces nos detenemos a evaluar los resultados de las decisiones que tomamos o los pasos que damos ? ¿Qué tan común reflexionamos sobre el bien o mal que provocamos o cómo incidimos en las personas que nos rodean? La modernidad nos ha regalado la “indiferencia” como mayor legado y es que cuando la “reflexión” se excluye de la ecuación en el vivir se nos dificulta pensar en los demás y nos centramos de manera exclusiva en nosotros.
Las prisas tal vez; los egos quizás o simplemente la insensatez. Podríamos citar muchas razones por las que cerramos los ojos para no ver y tapamos los oídos para no escuchar.
Y en el día a día vamos levantando muros y barreras que, cuando nos venimos a dar cuenta, no se pueden derribar ni superar.
Hoy en día vivimos la vida con un alto contenido diario de irracionalidades y tenemos el reto de cultivar y mantener una disposición reflexiva para evitar hacer lo que puede dañar a otros, por eso se hace necesario “reflexionar cuidadosamente antes de actuar” para evitar precipitarse en juzgar, tomar decisiones erráticas y, por consiguiente, obrar de manera equivocada.
Recuerden que la “reflexión” puede eliminar las ideas preconcebidas y darle paso a la flexibilidad y la aceptación, hace más asequibles los aciertos, suprime los prejuicios, ayuda a admitir los yerros y corregir el proceder perjudicial, elevando el nivel de comprensión hacia los demás.
Por eso y muchas otras cosas, tenemos el reto de cultivar y mantener una disposición reflexiva.