Los últimos meses he permanecido apegada a la importancia de reconocer y enaltecer los valores de la dominicanidad. Volver la mirada responsable a lo que nos hace fuerte como sociedad. Me centro en lo que nos duele y nos alegra como buenos dominicanos.
Acuso a la corrupción política de lacerar nuestros valores de honestidad, responsabilidad, transparencia y gallardía. Por supuesto que para que eso ocurra también hemos de ser débiles y susceptibles a la compra de conciencia.
Necesidades perentorias como comida y vivienda han abierto las puertas a la compra de conciencia. Una educación banal donde los valores patrios, cívicos y cristianos también han salido de las aulas es otro de los ingredientes para esa debilidad.
Si Duarte viviera y quisiera rescatar su amada patria, esta vez no sería cuestión de cañones y banderas bordadas; las obras presentadas por la Sociedad Secreta la Trinitaria y su compañía de teatro ahora tendrían que luchar contra la autodestrucción hacia donde caminamos.
Celebro la restauración de algunos monumentos que exaltan el valor de la libertad, como la plaza La Trinitaria y el monumento a Montesinos en Santo Domingo. Dos memorias que nos recuerdan la libertad de expresión y la integridad de los seres humanos.
Espero que el Cabildo de Distrito Nacional combine inversión en infraestructuras y recuperación de valores humanos. Junto a estas estructuras vale la pena crear campañas sociales y de comunicación que desarrollen compromisos en las comunidades.
Santiago ha creado una serie de murales históricos, culturales, artísticos, ambientales y comunitarios que son visitados a diarios por lugareños y turistas.
Estas son iniciativas que nos obligan a pensar en quiénes somos y qué queremos. Necesitamos más de eso. Yo estoy haciendo mi parte, ¿y tú?