Tengo más de 30 años, juego Pokémon Go todos los días y no me avergüenzo

Tengo más de 30 años, juego Pokémon Go todos los días y no me avergüenzo

Tengo más de 30 años, juego Pokémon Go todos los días y no me avergüenzo

Tengo 32 años, dos libros publicados, trabajo como periodista multimedia en BBC Mundo, soy boliviano, vivo en Estados Unidos y juego Pokémon Go todos los días.

¿Confesión de un problema? ¿Reconocimiento de una adicción? Es posible.

Sin embargo no me avergüenza en absoluto.

De hecho, lo primero que hice cuando atrapé a Charmander fue subir a Twitter la foto del amiguito de la cola flameante frente al balcón de mi apartamento.

Fue un momento, aunque suene difícil de entender, emocionante.

Hace mucho tiempo que no esperaba tanto un juego como lo hice con Pokémon Go.

Lo aguardaba desde la primera vez que vi el video promocional que anunciaba su lanzamiento hace más de un año.

Allí se ve como cientos de «maestros» derrotan a un Mewtwo en Times Square de Nueva York.

La idea de convertir mis caminatas diarias al trabajo en una cruzada para atrapar a criaturas que conozco hace más de 15 años me encantó.

La abrumadora cantidad de jugadores, las escalofriantes cifras de las transacciones en la bolsa de Tokio y las imágenes de «maestros» colapsando espacios públicos desde Los Ángeles hasta Sidney sugieren que no soy el único al que le gustó la idea.

Se me ocurren algunos motivos.

De vuelta al pasado

Antes de escribir este artículo volví a ver la primera película de Pokémon de 1999 para refrescar la memoria.

La historia es mala, predecible, con un final forzado y tiene muchos momentos innecesarios.

Casi igual a como recuerdo las primeras temporadas de la serie animada para televisión: la misma estrategia narrativa en cada capítulo y chistes repetidos una y otra vez.

Pikachu salvaba la jornada con una poderosa descarga eléctrica y los villanos del Equipo Rocket terminaban volando por los aires.

La verdad es que los videojuegos, aunque mejores que sus correlatos para el cine y la televisión, tampoco eran algo fuera de serie.

A título personal, creo que Pokémon se encuentra un peldaño por debajo de los títulos consagrados de Nintendo, como The Legend of Zelda o Super Mario Bros.

Pero no por eso deja de ser un éxito rotundo en ventas.

Es más, todavía recuerdo que la primera vez que gané algo de dinero lo gasté todo en el cartucho de Pokémon Stadium para Nintendo 64.

No eran títulos que esperábamos con ansias, pero de una u otra manera se colaban en nuestras colecciones de videojuegos para consolas y dispositivos portátiles.

Y bajo esa dinámica pasaron más de 15 años.

Por eso nunca nos olvidamos de Pikachu, Charizard, Bulbasaur y Squirtle, el que ahora es más conocido entre los jóvenes como «la tortuga de los memes».

Lo que faltaba

Además del concepto tradicional de capturar y evolucionar a tus criaturas, de la franquicia Pokémon se desprendieron videojuegos en los que debías tomar fotos, hablar con Pikachu desde un micrófono especial o resolver puzzles.

Incluso apareció un juego con cartas coleccionables, al estilo de Magic.

Sin embargo, la idea central de esos juegos siempre me supo incompleta.

Hasta que apareció Pokémon Go, que no por nada en menos de una semana se convirtió en la aplicación más exitosa de la historia.

Pokémon Go completaba la idea que empezó con el primer videojuego (de horribles gráficos) para Game Boy lanzado en 1996.

Gracias a la tecnología conocida como realidad aumentada, al fin sientes que protagonizas el juego.

Al menos eso me pasó cuando vi a Charmander parado junto a mi sofá.

Esa noche, cuando me di cuenta que el juego ya estaba disponible en Estados Unidos, yo estaba por acostarme a dormir.

Las ganas de jugarlo hicieron que me vistiera de nuevo para probarlo caminando un par de cuadras.

En el camino me encontré un Rattata.

Al día siguiente comencé a cruzarme con otros «maestros» en las calles.

La primera vez fue una sorpresa, ahora es lo más normal del mundo.

Desde que comencé a jugar Pokémon Go salgo de mi apartamento rumbo al trabajo entre 20 y 30 minutos antes de lo usual.

Así tengo el tiempo suficiente para capturar algunos pokemones y detenerme en las pokeparadas para conseguir más pokebolas y huevos.

El intenso verano de Miami hace más duras las caminatas, pero lo tomo como parte del desafío.

Después de Pokémon Go

Cuando cierras la aplicación en tu teléfono móvil, todo lo bueno y lo malo que hay en el mundo sigue ahí.

Nunca creí que los videojuegos sean una forma de escapar de la realidad y tampoco lo creo ahora con Pokémon Go.

Son un pasatiempo como tantos otros.

Un día después del lanzamiento del juego en Estados Unidos sucedió el tiroteo en Dallas en el que murieron cinco policías y el atacante.

La siguiente semana asesinaron a otros tres agentes en Luisiana.

Y ocurrió el terrible atentado en Niza, Francia, los ataques en Alemania, el intento de golpe en Turquía y la explosión en Kabul que mató a más de 80 personas.

Podríamos seguir enumerando, pero con lo mencionado basta para entender que tenemos gigantes problemas ante nuestras narices.

En un mundo tan jodido, buscar pokemones en las calles puede parecer insensible y egoísta.

Pero, bajo esa lógica, lo primero que deberíamos hacer es suspender las olimpiadas de Rio de Janeiro, clausurar la Navidad hasta nuevo aviso y dejar de hacer el amor.

Nada de eso debería tener cabida en un mundo en el que de a poco triunfan el miedo y el odio.

Por fortuna todavía no nos rendimos ante eso y nos aferramos a esa vieja idea de que la vida puede ser más que una sumatoria de lamentos.

También estoy consciente de que al ser parte de esta avalancha de «maestros Pokémon» colaboro en hacer más rica a gente que hace rato es millonaria.

Pasa lo mismo cuando voy al cine, pongo música en mi apartamento o enciendo la computadora portátil.

Me gustan los videojuegos desde que tengo memoria, al igual que leer y jugar fútbol.

No creo que Pokémon Go me haga mejor o peor persona, ni tampoco que cambiará mi vida o que me permitirá conocer a mi futura esposa.

Pero sí me permite romper con esa dinámica de angustias y temores que se impone a escala global (y caminar algunos kilómetros extra semanalmente).

Un juego, así sea de realidad aumentada, no deshumaniza.

Lo que nos distorsiona como personas es asumir cada vez con más naturalidad tiroteos en las calles, feminicidios en todas partes, atentados con bombas y camiones, o migrantes muriendo en su intento por huir de las guerras.

Ahí están la insensibilidad y el egoísmo, no en aspirar a derrotar a Mewtwo en Times Square junto a cientos de personas.

Por ahora, la persona con la que salgo toma mi nuevo pasatiempo con humor.

Ojalá no cambie de opinión.