Hay personas a las que les encanta tener razón. Y no les importa lo que otros argumenten, en su cabeza todo está tan claro que se cierran a ver otras posibilidades. Esto no estaría mal si normalmente no viniera acompañado por el hecho de que tratan de imponer su razón a los demás.
Con este tipo de personas suelo no luchar, les dejo con su razón, porque son incapaces de darse cuenta que es con lo único que se quedan, porque luego, al momento de la verdad, el tiempo y la vida los acaba poniendo en su lugar.
Con esto quiero decir que no merece la pena caer en discusiones infértiles con personas que son incapaces de escuchar, de empatizar y de razonar.
Es mejor que se queden anclados, se crean poseedores de esa verdad absoluta y tú dedicarte a otras cosas más fructíferas.
Pensarán que eso es tirar la toalla, pero yo creo que es actuar con inteligencia emocional porque todo ese esfuerzo mental que vas a dedicar a luchar con alguien que ni te escucha, lo puedes dedicar a nutrir tu vida con personas que te aporten, que aún pensando diferente sean capaces de mantener un intercambió positivo contigo.
¿La forma de diferenciarlos? Pues quizá la primera vez sea difícil, pero llega el momento en el que te das cuenta que alguien repite lo mismo, trata de imponértelo, pelea si se te ocurre opinar y todo es yo, yo. Son gente bastante egocéntrica.
En cambió cuando la conversación fluye con argumentos razonados, que tengan pasión pero no imposición y sobre todo es con alguien que sepa escuchar, ahí es el lugar en el que el diálogo cobra vida y se convierte en un momento en el que crecerás como persona aún cuando cada uno se quede con su razón.