Los intereses, en especial económicos, siempre han tenido y tendrán un gran peso específico a la hora que alguien tiene que tomar decisiones, en pro o en contra de quien o quienes lo emplean o patrocinan, y más, en sociedades como la nuestra, donde impera y se aplica la teoría de que “hay que buscársela, sin importar mucho los principios que se tengan que vulnerar”.
Esto lo traigo a colación por una serie de hechos que suceden en espectáculos deportivos y artísticos, donde todos observan perfectamente fallas garrafales, las que nadie, con muy raras excepciones, se atreve a criticarlas para no herir susceptibilidades o intereses de los patrocinadores, con los que sin duda alguna están comprometidos de una u otra forma.
Esa, casi desde siempre, ha sido la realidad, aunque hay que admitir que la situación se ha agravado con el paso del tiempo, debido al mercantilismo que cada día se introduce con más fuerza en la sociedad en general.
También hay que atribuirla a los lazos, formales o no, que se crean casi automáticamente cuando se pacta un contrato de trabajo con el organizador del evento, ya que por mucho que se quiera criticar alguna actuación irregular en el mismo se hace muy cuesta arriba emplear los medios para denunciar las anomalías que ocurren.
Esa es la realidad que se viene dando desde hace años, entonces, ¿por qué agobiarse buscándole “la quinta pata al gato”?.