La reciente juramentación de los nuevos integrantes de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) -Edyson Alarcón Polanco, Miguelina Ureña Núñez, Manuel Hernández Victoria, Yorlin Vásquez Castro y Namphi Rodríguez- representa un hito institucional, pero también un momento de prueba para la calidad y la fuerza moral del máximo tribunal ordinario del país.
Estos magistrados -tres provenientes de la carrera judicial y dos profesionales del derecho- aportan diversidad de experiencia profesional requerida por el artículo 180 constitucional, combinando práctica en las cortes de apelaciones con especializaciones en derecho económico, tributario y público.
La magistrada Nancy Salcedo Fernández, también juramentada como segunda sustituta de la presidencia de la alta corte, completa este cuadro renovado de actores que, por mandato constitucional, están llamados a elevar el estándar de la jurisprudencia.
No obstante, el factor determinante ya no es solo la trayectoria o las credenciales académicas.
El verdadero desafío está en que estos nuevos magistrados aumenten la calidad técnica en rigor judicial profundo y consistente, y que su sello se traduzca en decisiones bien argumentadas, dotadas de estructura lógica, honestidad intelectual y sensibilidad constitucional. Esto exige superar la simple aplicación mecánica de normas y alcanzar una comprensión holística del derecho como sistema de principios articulados. Un juez no solo decide, razona y fundamenta.
La historia del alto tribunal ha mostrado que, cuando la motivación carece de profundidad o argumentales robustos, se diluye la autoridad institucional, erosionándose la confianza pública. La nueva composición debe, pues, asumir como imperativo la producción de sentencias claras, coherentes y didácticas, capaces de resistir escrutinios doctrinales y ofrecer certeza jurídica.
Además, la presencia de abogados en ejercicio -más allá de cumplir con un requisito constitucional- debe significar una inspiración de perspectiva plural, que enriquezca el debate interno del pleno y complemente la mirada estrictamente jurisdiccional.
Para lograrlo, los jueces deben resistir las presiones externas y tentaciones oportunistas. Su independencia no se mide por los ecos generados, sino por la fortaleza de sus razones jurídicas al decidir, incluso cuando hacerlo resulte impopular.