Los atletas dominicanos de alto rendimiento que obtuvieron medallas en los pasados Juegos Olímpicos efectuados en Tokio, Japón, han alcanzado el mérito de embajadores del país, y como tal deben ser retribuidos.
Con ellos la República Dominicana ha visto elevarse su ranking mundial en el deporte. Superando condiciones de existencia material adversas e ignominiosas, nuestros atletas han competido con pares de países inmensamente desarrollados en lo económico y deportivo, como Estados Unidos, China, Japón, Canadá y otros, y en varios casos los han vencido.
Para ello fue necesario tener mucha vergüenza deportiva, mucho ideal patrio, mucha hambre de triunfar y mucha compenetración entre atletas y entrenadores. Y naturalmente, el apoyo económico del Estado y de entidades del sector privado.
Nuestros atletas medallistas son hoy verdaderos embajadores del país a donde quiera que vayan. Atletas como Marilaidy Paulino, la primera mujer dominicana en obtener dos medallas en unos mismos juegos olímpicos, Zacarías Bonnat, con medalla de plata, Crismery Santana, con medalla de Bronce, y nuestro equipo de beisbol con medalla de bronce, han puesto muy en alto la bandera nacional. Como también la han puesto, aún sin ganar medallas, nuestras estelares del voleibol “Reinas del Caribe”.
Estos embajadores, como lo son muchas de las estrellas dominicanas de las Grandes Ligas, son algunos de los elementos fundamentales de nuestra “marca-país”.
A estos entes hay que añadir vertientes atractivas de nuestra nación, como lo son nuestra rica culinaria, nuestras esplendorosas playas y montañas, lo artístico en sus diversas expresiones, nuestra música y danza (el alegre merengue y el inimitablemente hermoso y sensual baile de la bachata), la jovialidad del hombre y la mujer dominicanos, nuestra posición geográfica en “el mismo trayecto del sol”, y el hecho de ser la isla la “Española”, el lugar de América donde comenzó todo.
El deporte y la cultura dominicana han de ser inevitablemente otros pilares esenciales de nuestra “marca-país, requiriendo ambos del mayor apoyo, por parte del Estado y de la mayor diversidad de entidades privadas, en los más diversos órdenes.
Respecto a la cultura, el ministerio correspondiente debe entender su deber de apoyar las iniciativas grupales y regionales, en todas sus manifestaciones; admitir los movimientos independientes, sin pretender imponer tendencias culturales; y al mismo tiempo estimular y respaldar las capacidades individuales y colectivas, financiando aún las iniciativas espontáneas.
No debe haber dudas; dentro de nuestra actual realidad, el deporte y la cultura deben constituirse y exhibirse como dos de las columnas fundamentales de la expresión nacional, a la vez que medios para propinar un contundente “derechazo” al mentón de la delincuencia juvenil en el país.