Si fuera cierta la longaniza de insolentes quejas gringas sobre agravamiento de irrespeto a los derechos humanos en nuestro país, usando su mismo rasero Estados Unidos sería entonces un infierno mayor que el dominicano.
Casi todos sus enunciados giran en torno al grave deterioro de la incesante crisis de Haití, cuyos emigrantes ilegales pretenden que acojamos mientras ellos los siguen deportando masivamente.
Insisten en una inexistente apatridia de haitianos que alegan sin serlo que son dominicanos. Hay mentiras flagrantes como acusación de trabajo forzoso o esclavitud, sin mostrar un sólo caso creíble o documentado.
Si realmente les preocupara que poblaciones vulnerables estén en mayor riesgo, combatirían mejor una de las mayores causas del caos haitiano y la criminalidad aquí: su insaciable apetito de drogas ilegales que estimula el narcotráfico. Ver pajas en ojo ajeno y declamar versos malos no cambia la realidad tal cual es.
Desconocer el progreso dominicano pese a la mala vecindad de Haití no es estupidez sino supina mala fe. Es penoso ese injusto, innecesario e improductivo tratamiento de Washington a un firme y consecuente socio y aliado.