PARÍS, Francia. – En sus últimos años, la única conexión que tenía el brillante físico con el mundo exterior era un nervio de unos pocos centímetros en su mejilla.
Cada palabra le tomaba un minuto, pero Stephen Hawking aprovechó un pequeño movimiento del nervio debajo de su ojo derecho para pasar sus pensamientos a una computadora especial y registró esforzadamente su visión del tiempo, del universo y del sitio del hombre en todo esto.
Produjo una obra maestra de ciencia popular, que guió a generaciones de entusiastas a través del esotérico mundo de las antipartículas, los quarks y la teoría cuántica. Llegó a ser un científico de una inusitada popularidad, tan conocido por su trabajo sobre cosmología y agujeros negros como por sus presentaciones televisivas.
Su fama se debió en parte a su triunfo sobre la esclerosis lateral amiotrófica, ELA, una enfermedad degenerativa que destruye el sistema nervioso. Se la diagnosticaron a los 21 años y le dieron pocos años de vida.
Pero Hawking le ganó la batalla a un mal normalmente fatal y vivió más de 50 años, desarrollando una brillante carrera que asombró a los médicos y enloqueció a sus admiradores.
Un severo ataque de neumonía lo dejó respirando a través de un tubo, pero tampoco entonces se dio por vencido y hablaba usando un sintetizador electrónico que le dio un tono robótico que pasó a ser uno de sus sellos.
Trabajó hasta pasados los 70, lanzando teorías, enseñando y escribiendo «Una breve historia del tiempo», una exploración accesible de la mecánica del universo que vendió millones de copias.
Al morir el miércoles a los 76 años, era uno de los rostros de científicos más reconocidos, a la par del de Albert Einstein.
Como uno de los sucesores de Isaac Newton como profesor lucasiano de matemáticas en la Universidad de Cambridge, Hawking se involucró en la búsqueda del gran objetivo de la física, una «teoría unificada».
Es una teoría que resolvería las contradicciones entre la Teoría General de la Relatividad de Einstein, que describe las leyes de la gravedad que gobiernan el movimiento de grandes objetos como los planetas, y la Teoría de la Mecánica Cuántica, que lidia con el mundo de partículas subatómicas.
Para Hawking, esa era una misión casi religiosa. Dijo que encontrar la «teoría de todo» permitiría al ser humano «conocer la mente de Dios».
«Una teoría unificada completa y coherente es apenas el primer paso: Nuestra meta es una comprensión total de los eventos a nuestro alrededor y de nuestra propia existencia», escribió en «Una breve historia del tiempo».
En los últimos años, no obstante, planteó la posibilidad de que tal vez no haya una teoría unificada que lo explique todo. Después de «Una breve historia del tiempo» escribió «El universo en una cáscara de nuez», que actualizó conceptos como la supergravedad, singularidades desnudas y la posibilidad de un universo de 11 dimensiones.
Hawking dijo que la creencia en un Dios que interviene en el universo «para asegurarse de que los buenos ganan o de que son premiados en la próxima vida» era solo una expresión de deseos.
«Uno no puede dejar de hacerse la pregunta, ¿por qué existe el universo?», expresó en 1991.
«No conozco una forma operativa de hacer la pregunta o dar una respuesta, si es que hay una, un significado. Pero eso me molesta»- Algunos colegas dicen que su celebridad ayudó a fomentar el entusiasmo en la ciencia.
Sus logros, y su longevidad, por otro lado, demostraron que los pacientes no deben doblegarse ni ante la más severa de las enfermedades.
Richard Green, de la Motor Neurone Disease Association -la entidad británica enfocada en la ELA – sostuvo que Hawking representaba «la mente perfecta atrapada en un cuerpo imperfecto».
Y que había sido un ejemplo para las personas con ese mal por años. Con el paso del tiempo fue perdiendo la movilidad de músculos de la cara que le permitían comunicarse y le tomaba varios minutos responder preguntas sencillas. Pero ni eso lo frenó. Hawking cobró notoriedad con su trabajo teórico acerca de los agujeros negros.
Convencido de que era errado decir que son tan densos que nada puede escaparle a su atracción gravitacional, demostró que los agujeros negros tienen filtraciones de luz y de otros tipos de radiación, lo que hoy se conoce como «la radiación de Hawking».
«Fue algo totalmente inesperado», dijo Gary Horowitz, físico teórico de la Universidad de California con sede en Santa Bárbara. «Algo revolucionario».
Agregó que el descubrimiento hizo que se estuviese más cerca de elaborar una teoría unificada. La otra gran contribución científica de Hawking fue la cosmología, el estudio del origen y la evolución del universo.
Conjuntamente con Jim Hartle, de la Universidad de California (Santa Bárbara), plantearon en 1983 que el espacio y el tiempo pueden no tener un comienzo y un final.
En el 2004 reveló que había revisado su teoría de que los objetos que son absorbidos por agujeros negros simplemente desaparecen, tal vez ingresando a un universo alternativo.
Dijo, en cambio, que creía que los objetos podían ser despedidos por los agujeros negros. Cuando se le diagnosticó ELA, Hawking se deprimió. Pero al ver que sobrevivía, recuperó el ímpetu y se abocó al trabajo. Se casó en 1965 con Jane Wilde y tuvieron tres hijos, Robert, Lucy y Timothy.
Enseñó en Cambridge, viajó y dio disertaciones. Parecía disfrutar de la fama. Dejó de enseñar en el 2009 y aceptó una plaza como investigador del Instituto Perimeter de Física Teórica en Waterloo, Ontario.
Se divorció en 1991 y su relación con sus hijos se deterioró. Su ex esposa Jane escribió una autobiografía, «Música para mover las estrellas», en la que dice que cuidar a Hawking por tres años la dejó totalmente agotada y vacía.
Hawking se casó cuatro años después con una enfermera que lo cuidó, Elaine Mason, y circularon rumores de que ella abusaba de él. En el 2004 se dijo que Hawking había sufrido varias heridas, incluida una fractura en la muñeca, y que lo habían abandonado en un jardín en el día más caluroso del año.
Hawking negó que eso fuese cierto y la policía no pudo comprobar abuso alguno. Lucy Hawking afirmó que su padre tenía una exasperante «incapacidad» de aceptar que hay cosas que no podía hacer.