E infundió Dios ese soplo para darnos vida. Es el mismo que con ternura da una madre a su hijo al lastimarse, calmando el dolor.
Esos soplos también se han convertido en la era actual en las palabras que nos decimos y decimos a los demás, en las palmaditas, el apoyo, el ánimo.
Ese mismo aliento que tomamos al nacer y que dejamos al expirar.
Ese que tanto se está anhelando en estos momentos, que no tiene precio, pero sí valor. ¿Qué estoy inspirando o dejando de inspirar? ¿Mis soplos dan esa vida?
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