Es el filo de las seis de la tarde en la Cordillera Central, el cielo se ilumina de rojo. Es el resplandor de los inmensos hornos de la Falconbridge que se abren para botar la escoria incandescente.
En Valle Nuevo, un hombre que espera el momento de ser asesinado, levanta la vista y le dice a su custodia: “Teniente, cuando se vayan de aquí solo nos dejarán los hoyos”.
Fueron una de las últimas reflexiones de Francisco Alberto Caamaño Deñó, minutos antes de que regresaran los generales con las instrucciones de ejecutarlo.
Hasta sus últimos momentos Caamaño mantuvo una profunda preocupación por el medio ambiente y la depredación de las transnacionales mineras, que a través de países poderosos presionan gobiernos y consiguen permisos para extraer nuestras riquezas sin remediar daños ambientales.
Sacan de nuestro subsuelo gran cantidad de minerales valiosos, y las comunidades solo reciben salarios de sustentación y un gran pasivo ambiental.
En 50 años, Bonao no ha podido dejar de depender de quien depreda sus montañas. Cotuí, hogar de una de las minas de oro más grandes del mundo, sigue pobre y lo han dejado hasta sin agua.
Ahora que empresas mineras, depredadoras y contaminantes, quieren expandir sus operaciones, aprovechando la vulnerabilidad del gobierno ante la crisis económica, es importante tener presente las ideas de Caamaño.
La minería ha demostrado ser, más que un motor del desarrollo, una cadena que nos ata al subdesarrollo.
Defendamos nuestro derecho a vivir en un país sano, donde no se impongan los intereses de las grandes corporaciones por encima de la vida de nuestro pueblo.
Por dinero hay quienes matan, pero no hay dinero que compre la vida.