Si alcanzar el desarrollo y la igualdad social fuera una cuestión de etapas y de tiempo, Haití y la República dominicana serían dos de los países más avanzados del continente americano.
Pero no lo son, por el contrario, Haití es el país más pobre de América y la República Dominicana uno de los más pobres del continente.
Y es que la “Española”, colonia que reunía a las hoy dos repúblicas, fue manejada desde el inicio de la colonización bajo la fórmula de estructuras excluyentes.
El sistema de “encomiendas” impuestos nos lo confirman. En nuestra isla, y prácticamente en todos los países de lo que luego sería América, el gran imperio español superpuso sus instituciones excluyentes.
Instituciones ineficaces e injustas, gobernaciones de precaria representatividad popular, irrespeto a la ley por los de arriba, trato abusivo y cruel a los originarios de la isla (y más luego a los africanos traídos como esclavo en contra de su voluntad) así como la existencia de una economía eminentemente inequitativa, fueron el marco institucional caracterizador de una sociedad excluyente.
Al día de hoy, en nuestro país seguimos viviendo lo que Niall Ferguson denominó instituciones “descompuestas” o “infuncionales” (“La gran degeneración”, 2013, Pág.46), independientemente de los esfuerzos que se hacen de manera más personal que institucional.
Son esos estados institucionales estacionarios los que llevan a muchos dominicanos a sufrir la baja calidad de muchos de los servicios que reciben.
Por ello se explica el alto grado migratorio de los dominicanos buscando mejor vida, y no, como alguno ha dicho, motivados por un espíritu aventurero.
La semana pasada fue ocasión para que en dos oportunidades distintas grupos de dominicanos y dominicanas intentaran viajar a Puerto Rico partiendo de la costa de Miches, (región este del país).
En el primer intento perecieron 7 personas, mientras que en el segundo fueron capturados todos por la Armada Dominicana.
El tipo de sociedad excluyente que vivimos da lugar a que muchos dominicanos traten de emigrar del país de cualquier forma, y debido a la incapacidad de nuestra dinámica económica para absolver toda la demanda de empleo.
La emigración al exterior de los dominicanos ha sido uno de los acontecimientos de mayor trascendencia en la contemporaneidad nacional.
Ha servido como válvula de escape, pero también ha significado la pérdida de una indefinida cantidad de vidas humanas, la fragmentación de grupos familiares, y la salida de una gran cantidad de mujeres dominicanas a ofrecer, unas, sus servicios domésticos, y otras, con peor suerte, a ofrecer su cuerpo por dinero.
En todo esto y mucho más, tienen una alta responsabilidad nuestras élites social y económica, orientadas siempre a aumentar sus rentas. A ellas, un día, se les pasará factura.