Desde hace más de una docena de años me he dedicado a la enseñanza universitaria, de grado y posgrado, notando que ni siquiera las universidades escapan de la trayectoria en que se va perfilando la sociedad dominicana: la decadencia moral.
Aunque resulte inverosímil, lo trivial, baladí, insustancial, banal, superficial y nimio se va imponiendo de manera acelerada a lo trascendental, importante, profundo, significativo y relevante.
Lo que ocurre en torno a figuras que no pasan la prueba del buen ejemplo ocupan lugares de preponderancia en los medios de comunicación y las redes sociales, por encima de actores de incidencia en la vida nacional.
El juicio reflexivo, la conceptualización y las buenas prácticas de vida van en decadencia. Poca cosa se hace para la construcción de una sociedad forjada en sólidos valores morales. La mentira se va constituyendo en la regla y la verdad en la excepción.
Durante la primera mitad del siglo XX, los escritores británicos Aldous Huxley y George Orwell expresaron sus temores, con visiones hacia el porvenir, acerca de que la verdad resultara manipulada o cambiada en su esencia. Huxley, lo hizo en su obra “Un mundo feliz”; y Orwell en la novela política de ficción “1984”.
Ambos formulan serias críticas en ese sentido, que ameritan ser valoradas a la luz de lo que ocurre en la sociedad dominicana.
Vale la pena referir la frase de Benito Juárez, político mexicano, cuando dijo que “los hombres no son nada, los principios lo son todo”. Y ciertamente que las personas que no observan los principios morales se convierten en mediocres, a las que el filósofo José Ingenieros definiría como “aquellas que tienen ruinas en el cerebro y prejuicios en el corazón”.
En la sociedad dominicana actual, en la que predomina el individualismo y el consumismo, se desestructuran las organizaciones, se deslegitiman las instituciones y desaparece la identidad colectiva: urgentemente se requiere de un trabajo intenso para la formación de individuos tolerantes y solidarios.
Lo anterior implicaría la creación de un nivel de conciencia social que permita asegurar la cohesión propia de un mejor país. Tenemos que abandonar ciertas prácticas que contribuyen a procurar intereses particulares por encima de los colectivos. La convivencia consiste en aprender a tolerar, a comprender las diferencias y a limitar la propia voluntad.
Los valores sin acción son iguales a la incongruencia. Si queremos ver una República Dominicana diferente, una sociedad más equilibrada, justa, responsable, innovadora y un futuro más alentador y competitivo, entonces ha llegado el momento de reflexionar y tomar en cuenta el significado de los valores más trascendentales para nuestras vidas y la sociedad.
En la medida en que se fortalezca la formación en valores éticos, sociales, culturales y humanos, en término generales, lograremos que nuestros niños, jóvenes puedan romper con los prejuicios que han ido generando indiferencia y falta de compromiso frente a los problemas colectivos.
También podríamos lograr una nueva generación de dominicanos más optimista, solidaria, humana, capaz de convivir en paz, de igual a igual.
Hay que superar el pesimismo, que se ha convertido en una especie de enfermedad del espíritu. Y como lo dijo NiKola Tesia, físico y matemático de origen croata: “Nuestras virtudes y nuestros defectos son inseparables, como la fuerza y la materia; cuando se separan, la persona no existe”.
El secreto del éxito de toda persona radica en caminar hacia la disminución de sus defectos y el incremento de las virtudes.