La sociedad dominicana arrastra en sus estructuras, cultura y discursos gran parte de la herencia autoritaria anterior al 1961.
No hemos podido dar el salto económico que genere mayor equidad y autonomía de los individuos frente al Estado. Los poderes fácticos siguen considerándose como rectores de la sociedad, a semejanza del grupito “de primera” que resurgió con la caída de Trujillo. No se tolera la diversidad y se apela al antihaitianismo y la crítica a Estados Unidos, por considerarlos “disolventes” de una supuesta pureza de nuestra identidad.
La evocación a las señales de identidad que los grupos más reaccionarios esgrimen es el mundo rural trujillista, retratado genialmente por Juan Bosch en el cuento “Los amos”.
Lamentan esos sectores que los pobres dominicanos de hoy no sean como Cristino y en lo más hondo de su alma habita un Don Pío.
No puede existir democracia sin respondones y heterodoxos en todas las expresiones de la vida. La democracia no florece donde algunos pretenden ser ganaderos de seres humanos.
Por primera vez en la historia de la sociedad dominicana somos más los que vivimos en ciudades y la urbanización rompe los controles sociales de los pueblos y parajes. Falta por superar el modelo económico rentista y la explotación barata de la mano de obra, generando un grupo social mayoritario independiente de un salario o ayuda del Estado.
La corrupción generalizada en la actividad política y las prácticas de cartel de los partidos está llegando a su fin. La democracia amanece.