Los artículos que escribo todos los martes en este diario El Día, en relación con distintos ámbitos de la realidad social, siempre me hacen recibir magníficos e iluminadores comentarios de amables lectores, que aportan a lo que expongo, señalando vertientes que a veces uno pierde de vista.
Este es el caso de mi anterior artículo titulado ¿Qué motiva a matar?, aparecido el día 3 del mes en curso.
Sobre esa entrega valoro los muchos aportes recibidos, y particularmente los de las psicólogas Mildred Melo y Mayra Brea. Mildred, en una nota de comentario, expuso: “Los niños de todas las clases sociales han estado creciendo con la acción de matar como juego”.
En tanto que Mayra Brea, precisó la existencia de esas acciones de juego como parte del proceso de socialización en nuestro país y en muchos otros.
Se entiende por “socialización” el proceso de aprendizaje o domesticación, mediante el que se procura la integración del individuo a un grupo social y a una cultura, proceso que, aunque se inicia en la niñez, se extiende a lo largo de toda la vida.
Los juegos en la infancia son parte de la socialización, y como hemos dicho, la socialización persigue objetivos. En el caso de los varones, algunos de esos objetivos son la agresividad, la autodefensa, la imposición y el dominio.
En la niñez, los varones juegan a la guerra, a ser policías, a ser vaqueros, a matar lagartijas o avecillas. Así, mediante estas “diversiones” se va preparando e insensibilizando a los niños en el acto de matar.
En la actualidad proliferan los juegos de niños denominados “Playstation”, con versiones como por ejemplo “Mortal Kombat”, “Street fighter y docenas de otros Cd videos, juegos en los que se presentan combates en que se observan destrozos de cráneos y cuerpos que representan humanos.
Como la mayoría de estos juegos son para varones, podemos decir que no por casualidad, en nuestro país y en otros, predominan abrumadoramente los asesinatos por hombres de la mujer, y no lo inverso.
Esta socialización que insensibiliza da lugar a una de las más importantes manifestaciones de nuestra actual crisis ética: la precaria o ausente valoración de la vida humana. De ahí la cantidad de homicidios en nuestra sociedad y el número de muertos en accidentes de tránsito por manejo temerario o irresponsable.
Si nuestro país quiere detener los homicidios y los feminicidios, está obligado, urgido, a enfrentar aspectos de nuestra socialización como los señalados, y muchos otros, para pasar a valorar la vida del ser humano, de la mujer; prevenir la violencia y ejercitarnos en el respeto y en la paz es nuestro desafío.