La incertidumbre genera en la sociedad percepciones que dificultan emprender las largas tareas del desarrollo humano y el progreso social.
La incertidumbre social no siempre viene determinada por la dificultad inherente a los problemas que enfrenta una sociedad en sus circunstancias inmediatas ni de mediano plazo, sino que deriva de otras deficiencias.
Por ejemplo, cuando los ciclos de vida en los cuales la gente está afectada por mayor vulnerabilidad –primera infancia y tercera edad— no cuentan con mecanismos sociales de protección que aseguren a las personas que los problemas fundamentales de ambas etapas serán solidariamente resueltos por el colectivo social, se contribuye a la desafección respecto de las normas sociales y el sentido de pertenencia.
Cuando el acceso al ejercicio de derechos fundamentales no está garantizado y sostenido en prácticas institucionales, sino que depende de la arbitrariedad o la conexión personal con los que deberían ser administradores del sistema de garantías pero en realidad se apropian del mismo, se reduce la actitud de previsión porque si el curso de la vida de las personas no cuenta con cierto grado de previsibilidad (si hago esto y de esta manera llegaré a alcanzar una determinada situación deseada), también se reduce y dificulta el apego a las normas y la capacidad de pensar a mediano y largo plazo.
El inmediatismo derivado de la incertidumbre, la falta de garantías, el predominio de la arbitrariedad y la discrecionalidad sobre las instituciones que deberían estructurar el ejercicio de derechos, son todos factores que dificultan el desarrollo.
Las acciones necesarias para superar estos problemas son fundamentales para avanzar hacia la equidad. Estos temas son inherentes a la agenda pública que debería estar concentrando los mejores esfuerzos y las mayores energías de la sociedad.
Superemos los falsos dilemas y asumamos retos verdaderos.