Los nacionalismos son narraciones que pretenden justificar la adhesión a un territorio, unos símbolos y orden político determinado. Son productos del siglo XIX y se extienden al siglo XX y al XXI. Ideológicamente sirven para que los sectores dominantes de cada sociedad oculten las formas de explotación de clases sociales subalternas y generar sentimientos xenofóbicos, argumentando que los males existentes en la nación se deben a la acción activa o pasiva de actores extranjeros, o minorías en el seno de la sociedad. La ideología nacionalista supone una identidad rígida y atemporal que define a quienes son verdaderamente miembros de la comunidad nacional.
El nacionalismo regularmente integra expresiones racistas, misóginas y homofóbicas, motiva la aversión a expresiones culturales foráneas, a religiosidades externas a la que se considera propia de la nación y cualquier expresión lingüística que se le identifique con los supuestos peligros de la desintegración nacional.
Los fascismos del siglo XX, las dictaduras y recientemente los populismos reaccionarios emplean a fondo la ideología nacionalista como instrumento de unidad de la sociedad que dominan o pretenden controlar. La sociedad es percibida falsamente como homogénea, sin la existencia de clases sociales, especialmente lo sectores explotados, con sentimientos religiosos uniformes y sin expresiones culturales heterogéneas o en proceso de síntesis con expresiones culturales de otros pueblos. Es una falsa imagen de cualquier sociedad y su finalidad, ya lo he dicho, es garantizar el control ideológico sobre el pueblo y un ocultamiento de los mecanismos de expoliación de la riqueza producida en beneficio de sectores minoritarios.
Con el desarrollo de la globalización, que en muchas de sus expresiones aspiraba a un mundo multicultural y en comunicación, han surgido partidos políticos e ideólogos que han revivido las ideologías nacionalistas, sea un Trump en Estados Unidos o el catalanismo en España. Las crisis económicas, la falta de respuesta de las democracias a los graves problemas sociales y económicos, estimulan las concepciones nacionalistas. La prosperidad hace que las sociedades sean mas tolerantes a los emigrantes -sobre todo si aportan fuerza laboral barata- y se abren a las expresiones multiculturales como signo de civilización y alto nivel educativo.
En el caso dominicano las expresiones nacionalistas que vemos expresarse en la actualidad son claramente herencia del trujillismo y un impulso de ciertos sectores dominantes para vulnerar la democracia, el reclamo de los derechos de las minorías y edificar formas autoritarias en el orden político, económico y cultural. Sea en sus versiones antihaitianas o las recurrentes expresiones anti-norteamericanas, de la que incluso la izquierda se dejó penetrar en décadas pasadas, el nacionalismo criollo es intrínsecamente reaccionario y autoritario. Únicamente una minoría desde el poder político y económico ha de indicar cual es la identidad de los dominicanos y dominicanas desde sus intereses particulares.
Lo opuesto al nacionalismo reaccionario es un Estado de Derecho, una democracia que profundice en la participación popular y un modelo económico que impulse la equidad. Desde esa óptica la sociedad está abierta a otras expresiones culturales y no tolera formas de discriminación contra ninguna persona sea por su sexo, raza, orientación sexual, idiosincrasia cultural o expresiones lingüísticas.
Lamentablemente en el modelo educativo dominicano se estimula las formas reaccionarias de nacionalismo, el desprecio por la alteridad de las minorías o los extranjeros. Muchos comunicadores, con grandes falencias en su formación profesional y políticos oportunistas, tanto en el poder, como en la oposición, recurren a discursos nacionalistas para obtener beneficios electoreros. Enfrentar esa patología social demanda mayor participación de las mentes más lúcidas, democráticas y con visión universal en la construcción de una opinión pública menos alienada.