Hay que dudar siempre. Hay que preguntar siempre. TERENCIO.
No es incierto que una manera de concebir la existencia humana y cuanto la rodea es formular una clara división entre conceptos que no requieren de una explicación detallada porque su sola mención supone un mar de significados para el entendimiento, todo ello vinculado estrechamente con el bien y el mal.
Lo es en nuestro discurrir personal. Cada uno de nuestros actos y decisiones resultan calificados, casi de forma mecánica, como bueno o malo. El peligro radica en las ambigüedades, cuando las definiciones no son transparentes.
Es en ese contexto desbordado de interpretaciones equívocas en el que predominan las más tenebrosas manifestaciones de la condición humana que se exteriorizan en la conducta personal.
Es el ámbito de las “interpretaciones”, un terreno favorito de quienes incursionan en las actividades públicas cuyas repercusiones afectan a un indeterminado número de personas.
Ahora que nos encontramos inmersos en las proximidades de la “fiesta de la cultura”, como se denomina la “Feria del Libro”, pienso en la figura del insigne creador Víctor Villegas, de quien celebramos un centenario de su nacimiento.
Un texto de Plinio Chahín (Areito, 28 de septiembre, periódico Hoy) expresa que la poesía de Villegas interroga la doble naturaleza del tiempo cuyo paso “se nos vuelve visible tan solo al contemplar con atención los acontecimientos a partir de sus palabras”.
Nos dice que es entonces cuando ese transcurrir se torna visible. “La concisión, claridad y sonoridad de sus versos iluminan las escenas de manera que podemos fijarnos en detalles significativos que no se pueden percibir a simple vista y que hacen evidente ese tiempo que está en todas las cosas que, la mayoría de las veces, por vivirlo no observamos”.
Citemos: “El pasado me lleva por ese oscuro muelle por donde tanta alma se me escapa siempre” nos dice… “El día siempre está desnudo”. Iluminados por el intenso resplandor de una obra magnífica es cuando se reflexiona en eventos que definen el bien y el mal. De ahí que se deba promover “la ley, no el odio”.
Es cumplir con la ley el repatriar a miles de indocumentados haitianos cuya presencia erosiona nuestro ordenamiento legal y el sosiego del ciudadano respetuoso y cumplidor de las leyes. En este mismo orden debe considerarse como muy elocuente en términos de convivencia que las organizaciones barriales “demanden la rebaja en los precios de los alimentos” (Diario Libre, 2 de octubre).
La información nos obliga a meditar en los 351 mil millones en préstamos “para cubrir déficit y deudas públicas” durante el gobierno del señor Medina y en el contrato del Estado con una sociedad comercial en entredicho debido a disposiciones como la obligatoriedad de “cooperar con entes estatales que operan la seguridad nacional y sistemas de emergencia”.
Este rosario de contrariedades parece no tener fin. Una nota estimulante es la implementación de las pensiones solidarias a 57 mil adultos mayores en los cuatro años del presidente Abinader.
Diario Libre proclama “promover la ley no el odio”. A este respecto se señala que la advertencia “es válida” ante la “polarización de los temas y la segmentación social”.