Sobre Hotel Coppelia y otras disgresiones

Sobre Hotel Coppelia y otras disgresiones

Sobre Hotel Coppelia y otras disgresiones

Evocando el corpus del trabajo que Manny Farber utilizaba para la crítica, al analizar un filme se debe procurar mirar el hacia adentro y el hacia afuera que lo constituye: el diseño del vaso, el tipo de espacio que despliega una ciudad. O sea, no solo de comparación cinéfila debería vivirse en esto que tratamos de hacer de manera consagratoria o de a plazos- lo no recomendado-a quienes nos abocamos a este bello ejercicio. Pero claro, el agujero en el bolsillo suele dictarnos otras realidades y tempos.

Vista Hotel Coppelia (José María Cabral, 2021) pensé de inmediato en la postura del también fenecido pintor estadounidense: aunque la película se ambienta en 1965 y busca contextualizar la guerra civil dominicana, su gramática está marcada por significantes de nuestro 2021: los alegatos feministas, la representación de la comunidad LGBTQI y el holocausto negro. Y sí, es importante (y atractiva para mercados internacionales) la diversidad. Pero nada esencial de la historicidad y antecedentes oficiosos que lastraron al gobierno de Juan Bosch y dieron al traste con el reclamo del pueblo, quedan en la película. Solo evocaciones perjudicialmente disgregantes al poso realista que pregona la obra como realidad diegética.

La decisión tomada por José María Cabral y su equipo es un despropósito para la ambición de su propio guion: al concebirla en espacios cerrados –fue rodada en estudio- el trabajo pasa a un nivel esencialmente intimista.

Plantear la historia de una madama que regentea un prostíbulo en tiempos de entreguerras con promesas de cine a la soft porn usanza de Tinto Brass-sobre todo en Salón Kitty (1976)– , parecía un idea interesante. Pero, sabiéndose castradas las informaciones del espacio exterior por razones presupuestales, insistir en modo 360 saca a flote las carencias: pocos extras, efectos precisamente artificiosos y escenas de combate tan pobremente realizadas como trilladas.

Los simbolismos, metáforas y silogismos dotan de personalidad a la política registral de una película. En su filmografía ya numerosa, José María Cabral desacierta muchas veces con este recurso, porque no basta con ser el principal sostén de una escena determinada.  Debe danzar natural con los demás planos, las líneas de los actores, y complementar el desarrollo de la trama. De lo contrario, es solo excentricidad improductiva.  Sin embargo, vi una promesa interesante de inicio en la escena de apertura donde el personaje de Lumy Lizardo recoge un caballo de mar. Echando mano de Google-elemento primordial, máxime cuando vas aprendiendo a usarlo de forma curatorial- puedo leer que el caballito de mar o hipocampo-hipocampo, alusión tramática a la película de José María Cabral de 2014 Despertar– es un animal que, entre sus múltiples acepciones mitológicas, se considera símbolo de fortaleza, guía y transformación. Claro, en toda estructura narrativa que dicta el camino del héroe, esto encaja. Sin embargo, en Hotel Coppelia no se le da el carácter de discurso recurrente para fijar la idea y abrazarla como espectador.

La alusión a George Orwell en su Rebelión en la granja  es al menos confusa y distorsiona referentes de la gesta primaveral dominicana. Particularmente, disfruto esta distopía crítica al sistema totalitario comunista que encarnaba Iósif  Stalin.

Captando el espíritu de la juventud de los 60, la utopía comunista-reforzada con un referente entonces fresco como el arribo al poder de Fidel y sus barbudos en 1959-, fue definitivamente el motor ideológico y de acción en figuras como Manolo Tavárez Justo y  Francisco Alberto Caamaño.

Si se pretende dotar de seriedad histórica a esta película, se incurre en omisión falaz. Sobre todo, cuando el personaje de Tina Bazuca aclara convenientemente que se “luchaba por la democracia, no por el comunismo”. No se puede obviar que la izquierda entró en una revisión profunda con la entronización maoísta, lo antes mencionado en Cuba y que posteriormente entraría con una propuesta de liberalización del ideal en sucesos- eso sí, repelidos violentamente por el gorilismo soviético- como la primavera de Praga.

Y el cine fue una de sus notables ramificaciones: obras de Gillo Pontecorvo como La Batalla de Argel (1966) o el manifiesto épico del llamado Tercer Cine de Fernando-Pino- Solanas y Octavio Gettino, La hora de los Hornos (1968), son solo dos muestras del giro a la izquierda de las vanguardias cinematográficas en todo el mundo; y así continúa el menjunje de referencias que van desde el Walter Kurtz en Apocalypse Now, El Pianista de Polanski hasta el momento Rambo de Tina Bazuca cuando se saca la bala. Todo esto acompañado de la rayana partitura romántica de Jorge Magaz y una serie de microdramas soporíferos.

Por cierto, hablando de microdramas, la daga que hiere de muerte a Hotel Coppelia es la nulidad de los actores en sus registros dramáticos. Solo la Judith de Lumy Lizardo, cuyo pasado justifica su practicidad hierática, hacen que su personaje brille eclipsante frente a las acartonadas intentonas del resto del elenco, presas de una contención aprisionante y poco desarrollo de sus perfiles.

 José María Cabral es un cineasta que plantea ideas interesantes pero se van domando progresivamente por la sensiblería y el protocolo establecido. En su peculiar ucronía de la importante guerra de Abril, nos deja sin contexto social integral de la época, reduciendo la situación a una batalla maniquea y los pocos matices que resalta, se suicidan de confusión. Me resulta curioso que tenga el mismo resultado en sus ficciones- porque en honor a la verdad, su documental Isla de Plástico (2019) es cine divulgativo de mucho valor-. Quizás la velocidad de su deseo-en el sentido Lacaniano-. Quizás si solo dirigiese las historias. Que no pasa nada. Sobran los ejemplos de grandes directores sin ser guionistas. Lo siento maestro Farber, he transgredido desde el tercer párrafo sus preceptos. Me he quedado hacia adentro, no hay espacio para nada más.

 

Hotel Coppelia. 2021. República Dominicana.

 

Dirección: José María Cabral

 

Guion: Penélope Adames, José María Cabral

 

Fotografía: Hernán Herrera

 

Música: Jorge Magaz

 

Reparto: Lumi Lizardo, Nashla Bogaert, Jazz Vilá, Nick Searcy.