Soberanía engullida
Encubrir una realidad evidente es pretender tapar el Sol con un dedo. Ocurre con la cuestión domínico-haitiana, peripecia gigantesca imposible de ocultar.
Podría intuírsele como un cubo girando intencionalmente en las manos del mago gobernante de Haití, para asombro de un espectador ya perplejo.
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La cara de la institucionalidad se convierte en coyuntura y la del ordenamiento migratorio en barreras al comercio. Por arte de magia la agenda de prioridades se disloca, y la inquietud concitada por la veda repentina suplanta el ritmo de las repatriaciones.
La astucia del mago del Oeste es magistral en el dominio de su artilugio fantasioso. Hasta nuestros gobernantes parecen encantarse con el ilusionismo de sus falsas representaciones promisorias.
Olvidan que asisten a un montaje recurrente, un espectáculo circense, donde la carcajada soterrada del fascinador es ironía perpetua.
El desdén del mago del Oeste se aúpa en el frenesí de un círculo burlón, que frente al incomprensible infantilismo de los defraudados, aplaude de gula.
En la filosofía del fundador de la República, la patria no es hoy más independiente que en la aurora del 28 de febrero de 1844. La intuición de soberanía concebida por Duarte –como liberación del dominio haitiano–, quedó trunca pese a la emancipación política proclamada en la víspera de aquella fecha.
La consumación de la independencia jurídica no evitó el avasallamiento progresivo de una masa migratoria hinchable, frente a la que, sin embargo, aquella –como tal–, no le es oponible.
Algunos dominicanos ofuscados por la alucinación del “Estado fallido” que siempre ven en Haití, caen en el error de negarles vocación doctrinaria a sus gobernantes.
Sin embargo, la “Única e indivisible” es el membrete indeleble de una añeja doctrina con rasgos de vigencia permanente.
Su histórica naturaleza proactiva, no tiene rival, ni en los hechos ni en la conceptualización ideológica del nacionalismo criollo, incapaz de motorizar hoy mecanismos –como el trinitario– de características ofensivas. Sin embargo, el alegórico hundimiento de la isla presagiado por Duarte como alternativa deseable frente a la eventual dominación extranjera, es la concepción paradigmática inaugural de la inútil política defensiva empleada hasta el momento, pese a lo cual, la isla sigue intacta.
Con algunas variantes estratégicas, el propósito primordial de Haití –vinculado siempre a la idea del destino manifiesto, o del espacio vital–, va ganando a la postre.
Hace más de siglo y medio que sus líderes desecharon la vía belicista, a cambio de la política de penetración pacífica, opción de compatibilidad y coherencia absolutas con el postulado central de su definición doctrinaria.
La persistencia del proceso de ocupación sin pólvora ni contabilidad de bajas, va construyendo un Haití paralelo.
El nuevo modelo de dominación inicialmente se ejerce mediante la indispensabilidad de su presencia en la plataforma productiva nacional. Lo demás es pan comido.
Mirar de reojo permite enfocar simultáneamente otro objetivo sin ser advertido. La desconfianza del observador viaja en sus ojos sobre el sujeto desprevenido.
Esa facultad camaleónica consustancial a ciertos especímenes recelosos, o “chivos”, deberían desarrollarla los gobernantes dominicanos frente a sus homólogos de Haití. Una malicia preventiva podría evitarle a la soberanía nacional la suerte de la aguja perdida en el pajar.
Encontrarla en un embrollo semejante es una empresa de realización casi imposible. Las cosas que empequeñecen se hacen tan diminutas, que pueden desaparecer para siempre.
“Soberanía engullida” no es el título de una película de ficción; sus posibilidades de sobrevivencia se achican en las fauces del dragón.
Conviene mirar de reojo a los magos del Oeste y no perder de vista la estructura de poder instaurada por la ONU en el territorio vecino.
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