Situaciones como para pensarlas

Situaciones como para pensarlas

Situaciones como para pensarlas

Roberto Marcallé Abreu

Tres años atrás, entregué a la escritora, crítica literaria y poeta Elizabeth Quezada el manuscrito de una novela de mi autoría cuya estructura, en su conjunto, me provocaba numerosas preocupaciones y mucho desconcierto.

¿Las razones? Una trama que era a la vez varias tramas contradictorias. Caracterizar (que es lo mismo que crear) decenas de personajes, lo que supuso noches en las que me fue difícil conciliar el sueño.

Descripciones y diálogos, lidiar con escenarios y situaciones que requerían un esfuerzo imaginativo inusual, extremadamente complejo, se transformó en una verdadera angustia.

Después de reescribir varias veces el texto y rediseñar personajes, diálogos, escenarios y los diversos contenidos que integran la obra hasta lograr una aproximación a mis ideas originales, decidí hacérselo llegar a varios amigos cuyos consejos y sugerencias siempre me han sido de gran utilidad.

Cuando era casi un niño y empecé a teclear en una herrumbrosa maquinilla de escribir, nunca, nadie, salvo yo, tenía acceso a cuanto escribía.

Posteriormente, leí que era una práctica de varios autores reconocidos solicitar a algunos amigos y conocidos de su confianza una opinión fría y objetiva sobre la obra antes de su publicación.

Escoger una o varias personas amantes de la lectura y conocedoras de los géneros literarios se transformó en un prerrequisito fundamental.

A la vez, que fueran rigurosamente objetivas, francas y directas a la hora de formular sus juicios.

Nada de actitudes condescendientes o cómplices. Nada de actitudes dubitativas, ambiguas o perversas.

Leí, entonces, que en una ocasión el exitoso escritor cubano Leonardo Padura Fuentes manifestó que para él era habitual facilitar los manuscritos de sus obras a varios amigos y conocidos a la espera de que sus juicios contribuyeran a una sustancial coherencia, racionalidad y mejoría del texto.

Al entregar mi libro a Ely Quezada, le indiqué que no se trataba de una obra “completamente terminada”. Le confesé que muchas situaciones me creaban dudas y desconcierto, que no me sentía del todo seguro de varias escenas y que le agradecería me diera una opinión objetiva del texto en su conjunto.

“Si crees que debo desecharlo, dímelo”, le solicité.
Como mi idea no era publicar el libro a corto plazo (nunca lo hago), dejé que pasaran algunos meses antes de comunicarme nuevamente con ella.

Me tomé mi tiempo para seguir trabajando el texto menos presionado por mi propia angustia y entonces, nos alcanzó la pandemia y la acentuación del resquebrajamiento en todos los órdenes del país, debido a la creación de un estado de cosas tan malogrado que nos llevará mucho tiempo liberarnos de las funesta consecuencias del ejercicio político del 2012 – 2020.

Años después envié a Ely la nueva versión de mi libro y, al día siguiente, ella me llamó y saludó con palabras que me provocaron bastante sorpresa. Roberto –me dijo-, aún me siento sorprendida por la lectura de este texto.

He releído en estos días la primera versión y me siento pasmada por la forma en que vaticinaste todo cuanto se nos venía encima a nosotros, al mundo y a la humanidad.

La escuché un tanto sorprendido mientras ella me hablaba de la degradación de la condición humana hasta niveles nunca vistos, el resquebrajamiento de las costumbres, actitudes, esperanzas, sueños, el reinado de la maldad y el vicio.

“Me asombra”, dijo, “cómo hiciste una descripción tan detallada de la devastación del mundo que conocíamos cuando aún no se vislumbraba en el horizonte lo que se estaba incubando en sus entrañas”.



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