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Sin autoridad y moral no hay orden

Sin autoridad y moral no hay orden
Rafael Ramírez Ferreira

Sin autoridad y moral no hay orden y,

Sin orden, reina el caos

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Porque… “No soy político; todas mis

Costumbres son honorables”

 

«Un político es una persona que proclama

A los cuatro vientos que le preocupa la

Miseria de quienes no le importan

Un comino».

C. Morley

No se puede existir o tener esperanzas de progreso, sino está presente el orden, porque, donde la indiferencia campea por sus fueros; donde las indelicadezas llevadas a cabo hasta el hartazgo, llegan a lo insólito y la impunidad, solo el desorden y el caos reinan; porque hasta en la familia que desee progresar, sin orden en el hogar, no lo habrá, ya que para que se haga presente el orden, primero debe estar presente la autoridad, cual que sea pero, autoridad.

No podemos aspirar a ser un país desarrollado  o una sociedad civilizada, sin que establezcamos primero el orden. Y esto, comenzando por nuestra clase política. Vivimos en medio del caos institucionalizado y aun así nos sentimos felices y contentos, celebrando cada imbecilidad de nuestras autoridades, sean políticas o policiales, por no dejar de decir.

Ya nuestras calles se asemejan más a las del viejo oeste que a otra cosa. Para sobrevivir en esta jungla de cemento, cualquerizada y sucia, debemos andar como Shanok, con el cuchillo en la boca. La Policía insistió hasta lograrlo, hacerse cargo de la Autoridad Metropolitana de Transporte Terrestre, la otrora famosa Amet y al poco tiempo, la autoridad dejo de existir, reinando a sus anchas el caos.

Politizaron el comando de la misma y convirtieron una unidad efectiva en un mamotreto agigantado y sin sentido. Se expandieron por todo el país dispersando los escasos recursos, para llegar a ser ni fu ni fa. Quisieron abarcar todo el país y ni aprietan aquí ni allá, convirtiendo los Amet en “amemaos”.

O, más bien, en algo parecido a la antigua unidad que se llamaba policías de tránsito, prepotentes, abusivos e ineficientes, faltándole a estos, solo ser macuteadores como eran los tales “tráficos”. Se perdió la autoridad y el desorden y el caos  hicieron metástasis en nuestras calles. No osan siquiera ver para donde los pobres padres de familia del transporte público. Han delegado su responsabilidad en un político, como son los síndicos, porque si cumplen con su trabajo, hasta el uniforme está en peligro.

Nadie se preocupa por ellos, porque dejaron de tener dirección o comando y todo el trabajo lo tienen que llevar a cabo prácticamente a “manos pela”. Llevados a este extremo, porque al carecer de orden, de autoridad gerencial y policial, no importan los recursos que le asignen, porque al poco tiempo por falta de control nada funciona, todo se destruye, incluyendo la moral del personal.

Olvidaron que cada vez que se imparte una orden y no se aseguran de su cumplimiento, la autoridad se escurre como agua entre los dedos. Llenan una calle de “No estacione” y encima de ellos, comenzando por los pobres padres de familia y dueños del país, se le estacionan hasta en doble fila y ellos impotentes  para hacer algo en contra de estas huestes de bandoleros callejeros, porque ni grúas poseen para remolcar.

Así estamos y así vivimos. Los políticos no permiten que nada funcione. Si a los “amemaos” les proporcionan motores flanqueadores, no hay político que no desee uno o dos y así andan por las calles, como pavos reales. Se entrometen en todo en busca de falsos protagonismos, como hicieron con la maldita ley de placas y la de las FF.AA, donde hasta las cenizas de reales militares se retuercen abochornados del comportamiento vergonzante de familiares y de otros levanta manos, junto a quienes se revuelcan en el mismo fangal.

Porque existe siempre una cosa en la cual lo que es, no puede ser si esa cosa no está presente en eso, ya sea hombre,  político, militar, policía o funcionario civil. Porque sin esa cosa como condición sine qua non, no pueden ser buenos en el más elemental significado, porque si en ellos no existen los principios de honradez y la virtud de hacer las cosas como deben y se esperan que sean, serán cualquier cosa, menos hombre. Así nomás. ¡Si señor!

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