¡Si sigues grabando, te rompo el celular!

¡Si sigues grabando, te rompo el celular!

¡Si sigues grabando, te rompo el celular!

El jueves pasado, mientras esperaba mi profesora en uno de los edificios de la UASD, observé que unos jóvenes bajaban presurosos desde el tercer piso cargando a una muchacha que estaba inconsciente. Como no había donde colocarla la sentaron en un silla, al tiempo en el que todos (as) los (as) que allí nos encontrábamos nos convertimos en improvisados (as) médicos, proponiendo medidas para reanimarla. Ella estaba presentando una palidez que daba miedo y se puso tan fría que pensábamos que se nos iba a morir entre los brazos, mientras aguardábamos por una ambulancia del sistema 911.

Aprovechando la situación, un joven con espíritu de periodista empezó a grabar este drama, lo cual motivó a uno de los compañeros estudiantes a dirigirse hacia él mostrando sus puños, al tiempo de expresarle en tono amenazante: ¡Si sigues grabando, te voy a romper el celular!

El joven que grababa al parecer evaluó que tenía las de perder, pues observó que la mirada de todos (as) los (as) presentes también le conminaba, al tiempo de comprender que si no apagaba su aparato la amenaza del otro joven no se quedaría en calidad de broma. Por eso, muy tímidamente guardó su celular.

Poco tiempo después llegó la ambulancia y estabilizaron la estudiante y la trasladaron a un centro clínico. Se trataba de un cuadro de hipoglucemia, según supimos más tarde, junto con la alegre noticia de que estaba fuera de peligro.

Mas tarde, cuando me dirigía hacia mi hogar reflexioné sobre lo que observé en esa escena de la cotidianidad. Con la llegada de las redes sociales y, sobre todo, los celulares inteligentes, nuestras vidas se han convertido en espectáculos públicos.

Se ha vuelto de moda subir videos a las redes sociales de todo lo que sucede en nuestro entorno, incluyendo situaciones trágicas, como accidentes, peleas, homicidios,… donde a los que graban importa más la primicia visual, que tendrá por destino las redes sociales, que la acción humanitaria de ayudar a quien está en la desgracia.

A través de esos medios he visto con tristeza unas peleas entre mujeres que se «despedazan» a golpes, mientras el público presente se dedica al oficio de camarógrafos, sin hacer el más mínimo esfuerzo para desapartarlas, como era costumbre tiempo atrás en nuestras comunidades.

Abandonado el espíritu solidario, para mucha gente lo que más importa hoy es la cantidad de“Likes” o “me gusta” que se obtienen al subir a Facebook o Youtube un video de acontecimientos muchas veces dantescos y vergonzosos, por lo menos para los seres vivos que nos empeñamos en seguir llamándonos humanos.

El mundo ha ido avanzando a ritmo acelerado gracias a los grandes aportes que nos brinda la ciencia y la tecnología, pero paralelamente se presenta un retroceso en el sentimiento de amor hacia nuestros semejantes. Incluso, muchas veces dejamos pasar los mejores momentos de nuestras vidas por estar pegados a un celular, que ha pasado a ser el entretenimiento individual por excelencia. Para comprobar lo que estoy diciendo solo hay que salir a la calle. Da lástima ver que las personas en las mesas de los restaurantes dejan enfriar su comida por estar “online”. Hasta en las iglesias usted se puede percatar de que hay quien deja de orar por poner atención al figureo en las redes.

El científico Albert Einstein afirmaba: «Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas”.

No pasará mucho tiempo, según van las cosas, para que pueda comprobarse que el gran físico no se equivocó, porque ya la gente tiene poca vida social, y mucha vida online, que al fin y al cabo resulta siendo ninguna vida, pues el calor de las máquinas jamás se igualará al calor humano, que es el único capaz de hacernos sentir acompañados en esta nave planetaria en la que recorremos este rincón del infinito universo.