Cuando en una sociedad no existe miedo de violar los principios y leyes que la rigen, se está transitando por un camino sumamente peligroso, que lo menos que podría provocar a corto , mediano y largo plazo, es una disolución de la misma.
Esa situación la vivimos desde hace muchos años, producto de que la mayoría de esos violadores, no han recibido el castigo que merece.
Entonces, bajo esa premisa, no existe el temor de que se les aplicarán sanciones de tal magnitud, que los demás calculen por lo menos dos veces, antes de delinquir.
Hace unos meses, parecía que íbamos por buen camino, tras los sometimientos que se realizaron, sin embargo, todos se han diluido como por arte de magia, como una forma quizás de resguardar el pellejo “para cuando por si acaso, me pueda tocar mi turno”.
La falta de consecuencias, por ejemplo, en el àrea deportiva, ha seguido la misma ruta, con casos atroces como es inyectar a un menor de edad, medicamentos para mejorar el rendimiento de caballos.
Esa barbaridad, propiciada por los llamados “buscones”, y dueños de “academias”, ha causado la muerte a muchos jóvenes peloteros, indefensos y desamparados optimistas de que pueden acelerar su físico en poco tiempo.
No es un secreto, y las autoridades lo saben mejor que nadie, que esa es una práctica que tiene que ser erradicada de una vez por todas, pero hasta el momento, no se observa un trabajo que detenga en seco esa actividad criminal que se realiza desde hace años.
Mientras esos homicidas continúen sumando muertes de jóvenes que aspiran a obtener un mejor futuro a través del deporte, y no haya consecuencias contundentes, podría llegar el momento que sería mejor cerrar el país.