Desde hace un tiempo, estudiantes dominicanos de distintas instituciones académicas y de formación participan con éxito en competencias internacionales de índole técnicas, científicas y tecnológicas.
Pertenecen a los tres subsistemas que conforman el Sistema Nacional de Educación y constituyen las mejores expresiones de que, aunque siempre queremos más, las cosas no andan del todo mal en el ámbito del conocimiento, que es tan importante para el desarrollo de una nación.
Quiero tributar a todos ellos. A quienes no les preparan recibimientos multitudinarios en los aeropuertos y calles del país; a quienes no son invitados, con bombos y platillos, a acudir a exclusivos salones institucionales, para reunirse con funcionarios y presidentes.
A los que no les organizan marchas ni caravanas, para que la gente les brinde vítores y aplausos. A ellos que, aunque dan lo mejor de sí y ponen muy en alto el nombre del país, quedan invisibilizados en el tiempo.
Esa situación plantea un desafío para la sociedad dominicana que, suele volcarse a las calles, con razón o sin ella, para celebrar el éxito de un artista, por el que, además cobró muy buen dinero; el de un equipo deportivo, que casi siempre también conlleva beneficios financieros para los protagonistas, y no es que sea improcedente el apoyo y la promoción. No.
Hay una debilidad en la comunicación estratégica estatal y social cuando se producen casos en los que, por ejemplo, un dominicano o una dominicana triunfa en playas extranjeras, en áreas ajenas a los sectores artístico y deportivo y no son recibidos con el ruido, la pomposidad y el orgullo que esto demanda.
Actuamos con doble moral cuando a gritos pedimos que la juventud transite por el camino de la formación, la capacitación, el conocimiento, los estudios y cuando alcanzan sus logros no son resaltados en la dimensión deseada, ni siquiera por los responsables más cercanos a la actividad en la que han descollado.
Actuamos con doble moral cuando pretendemos crucificar a una parte de la juventud, porque sabe más de vida urbana, ajenas y muy lejanas que de la historia de la patria en la que ha nacido y hasta de su propia familia, cuando en el Gran Santo Domingo y el Distrito Nacional operan, apenas, siete grandes librerías, cuyos precios tampoco constituyen estímulo para adquirir sus productos.
Actuamos con doble moral cuando somos conscientes de que en el país funcionan más de 80 mil bancas de apuestas, de las cuales, 71 mil están registradas para fines tributario, y vemos sin asombro que operan tres y cuatro en cada esquina, sin que motive la verdadera regulación.
¡Eso es cosa del libre mercado!
Actuamos con doble moral cuando queremos que los jóvenes trabajen, pero para contratar a un empleado las empresas exigen desde uno hasta cinco años de experiencia en el área requerida.
Actuamos con doble moral cuando publicamos que se necesitan empleados con altísimas calificaciones, pero, a los que se les oferta salarios que no exceden mucho al monto asignado como sueldo mínimo en el país, para cualquier oficio.
Actuamos con doble moral, cuando queremos que la gente se alimente de manera sana, pero los productos de ese renglón son mucho más caros que toda la comida chatarra imaginada y, aunque faltan muchos ejemplos más,
Por último, actuamos con doble moral cuando nos lamentamos de que la idiosincrasia, la cultura y los valores de los dominicanos se están perdiendo, pero no existen más de dos medios de comunicación social, con una programación que permita difundir lo autóctono, lo clásico, lo típico, lo nuestro.
¡Cuántas contradicciones sociales, maestro!