Si hasta jugando se aprende, ¿por qué no entienden?

Si hasta jugando se aprende, ¿por qué no entienden?

Si hasta jugando se aprende, ¿por qué no entienden?

Aunque no acostumbro a distraerme con video juegos, uno de estos días de ocio revisando mi computadora encontré un juego muy interesante. Se trata de un soldado romano que tiene que reconstruir una ciudad que había sido atacada y quemada por vikingos. Entre muchas tareas, en un  primer nivel, para cumplir su misión el soldado tiene que levantar edificaciones  y áreas de abastecimiento que incluyen  una tienda, producir alimentos, rehabilitar carreteras, tanques de agua y extraer oro para convertirlo en monedas.

En el papel de soldado romano Intenté muchas veces reconstruir la ciudad destruida pero, extrañamente, siempre perdía la partida.  Luego de una reflexión me percaté que no tenía éxito porque me enfocaba solo en buscar monedas para comprar unos pocos artículos, además me centraba en cosas superfluas, olvidando construir la granja que me garantizara los alimentos que me darían las fuerzas para seguir trabajando.  Tampoco me ocupaba de reconstruir el tanque de agua del que dependía mi propia vida y el éxito de mi trabajo, ya que en ese lugar había constantes temblores de tierra y las construcciones se incendiaban, y si no podía apagar el fuego el sistema me imposibilitaba pasar a otro nivel.   En definitiva, perdía porque siempre descuidaba lo más importante.

Curiosamente, en estos días he vuelto a pensar en ese video juego, relacionando los errores que cometía mientras jugaba  con la realidad que estamos viviendo en el país en torno al manejo de los recursos naturales.  Nos hemos enfocado en destruir la naturaleza, que es la única garantía de vida sostenible  en el planeta,  para levantar grandes edificios  que, supuestamente, son símbolo  del “progreso” de los países.

En el país estamos pasando por un momento muy difícil con la prolongada sequía. Cada año el  calor es más intenso y los cauces de agua son más reducidos.  Pero sigue el desorden que estimula la destrucción de nuestros ríos, a través de la  extracción de arena,  como también continúa la tala indiscriminada de árboles y no se pone control a la contaminación que ocasionan las empresas mineras.

En las últimas semanas he visitado diferentes regiones del país y lo que he visto es aterrador. Los que fueron ríos caudalosos hoy están reducidos a pobres hilos de agua, cuando no convertidos en  alfombras de piedras y cambrones propios de zonas desérticas.

Es cierto que el calentamiento global es un fenómeno  que está afectando todas las regiones del planeta, pero en nuestro país estamos acelerando el deterioro del medio ambiente.  Todo lo que está sucediendo no es producto de la casualidad, sino de la ambición de un pequeño grupo  y de la inconciencia de una buena parte de la población. Los  poderosos,  por amor al dinero, están destruyendo los recursos naturales, sin medir las consecuencias de sus actos. Y el resto de la gente, por falta de decisión y empoderamiento, estamos siendo espectadores pasivos de la destrucción, mientras los gobernantes tienen otra agenda, la de su perpetuidad en el poder.

 

 

 

Aunque en nuestro país ha aumentado la sensibilidad sobre el medio ambiente, la cultura de cuidado y preservación de los recursos naturales sigue siendo deficiente.  Tenemos un Ministerio de Medio Ambiente que  el impacto de sus acciones sigue siendo deficiente. Por eso, si seguimos como vamos, en veinte años habremos perdido la mayoría de nuestros  ríos y  pasaremos a ser compañeros de ruta de nuestro vecino Haití,  que ya no cuenta con reservas naturales porque sus bosques  han sido destruidos por la pobreza, la necesidad y la inconciencia de sus pobladores.

Como he dicho en varios de mis artículos, todavía la República Dominicana está a tiempo de cambiar de dirección,  o simplemente cambiar los choferes que conducen nuestro tren, porque si no lo hacemos,  la realidad que nos espera será más amarga que la hiel.  No es que yo sea pesimista, pero lo que está a la vista no necesita espejuelos: la riqueza que atesoran los depredadores de la naturaleza es la tumba de todos y todas.

Ojalá que en nuestro país no tengamos que ver cumplida la sentencia de uno de los caciques que habitaba el territorio que hoy ocupa el país más poderoso de la tierra: “Cuando el último árbol haya sido talado, el último animal haya sido cazado y el último pez haya sido pescado, solo entonces, el hombre blanco entenderá que el dinero no se puede comer».

Isauris_almanzar@hotmail.com



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