La vida de Jesús estuvo caracterizada por mostrar amor, compasión y servir a los demás. Su misión era clara: reflejar la voluntad del Padre y motivar a otros para que llegaran a hacer lo mismo.
En ese tenor, compartía con muchas personas sin importar que fueran ricos o pobres, serios, ladrones o prostitutas, grandes o pequeños.
Él se divertía con sus amigos y familiares en fiestas, compromiso y almuerzos, pero nunca se dejó influenciar porque nunca dejó de ser quien era: el Hijo de Dios.
Juan 2:1-12 cuenta que Jesús estuvo en las bodas de Caná de Galilea, donde fue invitado con sus discípulos y su madre. Imagino lo bien que se la pasó al estar con su círculo más cercano de amigos, en una actividad donde además se estaba tomando vino, bebida que por lo regular pone a la gente más alegre.
Sin embargo, lejos de destacarse por un comportamiento fuera de tono o andar en borrachera, el Maestro deslumbró por mostrar su poderío y su divinidad, al convertir el agua en el mejor vino que allí se podría tomar.
Jesús escogió un momento común para realizar su primer milagro. Lo hizo, no en una actividad cristiana ni tampoco en medio de una adoración u alabanza, sino en medio de una fiesta.
Esto nos enseña que podemos reflejar a Dios sin importar dónde estemos o con quién estemos, pues lo que hagamos no depende del lugar, sino de lo que portamos por dentro.
Si Dios está en tu corazón, su luz se debe reflejar en tu exterior y en tu comportamiento, puesto que cuando aceptas a Jesús, pasas a ser una nueva criatura, lo cual implica dejar atrás las cosas viejas; y pasar a hacer nuevas”, (2 Corintios 5:17).
Recuerda que vivir una vida en comunión con Dios implica dejar que nuestro viejo hombre sea crucificado juntamente con {Él}, para que nuestro cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que ya no seamos más esclavos del él (Romanos 6:6).
Lo que estoy tratando de decirte es que si ya tomaste la decisión de servir a Dios, no puedes seguir tratando de imitar al mundo, sino a Jesús; y “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”, 1 Juan 2:6.