El logro o mantenimiento de una imagen corporativa de prestigio y tener buena reputación se han convertido en la sociedad del siglo XXI en intangibles de carácter estratégico fundamentales para cualquier organización, independientemente de su naturaleza.
En el caso del deporte, los clubes o franquicias que han alcanzado cierto nivel de prestigio se esfuerzan permanentemente para cuidarlo, a sabiendas de que su existencia traspasa simbólicamente la propiedad de los accionistas y asociados.
En la República Dominicana destacan en el renglón deportivo los clubes de béisbol, los cuales son asumidos por la población como si fueran de su propiedad. La afición no solo discute en torno a la competencia durante cada torneo, sino que sufre profundamente y hasta se desahoga, sobre todo si se trata de Águilas Cibaeñas o Tigres de Licey.
Los seguidores de Águilas Cibaeñas han sido los más sufridos esta temporada, dado el pobre desempeño en el terreno de juego. Nunca ha superado la última posición, alejado de la posibilidad de clasificación para la segunda ronda del torneo. Hasta este domingo figuraba con apenas 15 victorias y 23 derrotas.
Junto a mis tres hijos, “aguiluchos desde chiquititos”, hemos sido parroquianos habituales de palcos en el Estadio Quisqueya durante más de dos décadas. La semana recién pasada, los días martes y jueves, fui testigo de excepción del desahogo de fanáticos contra los integrantes del equipo, hasta llegar a ofensas personales producto de la frustración.
Dada la proximidad de mi asiento con el que ocupaba el gerente aguilucho, Angel Ovalles, pude darme cuenta de parte del problema: el profesional está convencido de que el personal contratado no es “fantasma”, sino que reúne la calidad hasta para ganar el torneo.
Este criterio resulta contrario a la frase atribuida al científico Albert Einstein de que, si quieres resultados distintos, haz cosas diferentes.
La directiva y la gerencia de la franquicia han hecho lo mismo a lo largo de la temporada, por lo que no pueden esperar nada distinto. Un equipo con una ofensiva adecuada, pero sin balance. Nunca ha tenido un jugador genuino para la posición de abridor en la alineación. Tampoco un receptor que responda a las expectativas. Tampoco un staff de lanzadores que complete cinco entradas, a excepción de Gerson Garabito.
Tampoco un buen primera base. Tampoco ha frenado la alta cantidad de errores en la defensa. Tampoco mejoraría en el empuje de carreras en el momento oportuno…
Todo esto se veía venir. Era de conocimiento público el hecho de que no se hizo un adecuado trabajo en la contratación de jugadores durante la etapa de agencia libre. El colega Rolling Fermín lo hizo público, y a pesar de que lo envolvió en papel celofán, lo botaron como si se tratase de un can realengo.
Sin que estemos en la época del metaverso, me imagino cómo sufren, callados, los profesionales de la comunicación Mendy López, Kevin Cabral y Santana Martínez.
Águilas Cibaeñas representa una marca devaluada. Nadie se responsabiliza de esa situación; su presidente, Víctor García Sued, nada dice. Vivimos en una sociedad en la que el silencio cubre las faltas. En la sociedad en que nadie renuncia a una posición por dignidad.
Águilas Cibaeñas no es un simple equipo de béisbol; es un patrimonio nacional. Sus directivos deben saber que la reputación se construye con hechos.
Que ninguna institución puede crear un buen nombre y dejar que la vida siga su curso, sin cuidarlo. Si esa franquicia cotizara en la Bolsa de Valores de Wall Street, sus acciones estarían devaluadas.
¡Aún hay tiempo para recuperar el valor de las acciones!