Leí por ahí que ser uno mismo es el mayor regalo que podemos hacernos, pues la libertad de aceptarnos es la mejor manera de ser auténticos.
Y es ahí el dilema que muchos afrontamos o ignoramos en tiempos donde guardar las apariencias es la norma a seguir, engañar es tan común como levantar los ojos al cielo y la sinceridad es como un oasis en el desierto.
En un mundo de redes sociales y relaciones de conveniencia, donde mostramos nuestro lado más bonito y construimos la historia que queremos que otros crean, las líneas de la fidelidad y la falsedad bailan muy pegadas, confundiendo nuestras almas y traicionando nuestras creencias.
Ser capaces de no traicionarnos y actuar en base a aquello que pensamos y sentimos es todo un ejercicio de responsabilidad, consciencia y aceptación. La fidelidad a nuestra persona es algo que tenemos que practicar sin excepción a la regla.
Cuando somos fieles a nosotros mismos, somos auténticos y les permitimos a los demás que puedan entrar en nuestro mundo y así conocernos sin falsas expectativas.
Para muchos, pensar y practicar esto es como una utopía, pero qué maravilloso sería que pudiéramos ser nosotros mismos, sin miedos ni vergüenzas, siendo aceptados y valorados por nuestros familiares, amigos, parejas o relacionados de trabajo.
Debemos tener claro que nadie es exactamente igual a nosotros. Todos somos diferentes y es en esa diferencia que la convivencia se hace interesante y divertida.
Para aceptar a los demás, con sus peculiaridades, es fundamental que nos aceptemos primero con nuestras imperfectas perfecciones.