La búsqueda del sentido último de la vida, partiendo de la logopedia creada por Viktor Frankl, nos remite a una pregunta compleja: ¿ser o tener? Si el sentido es trascendencia la respuesta es que la vida auténtica es ser y la ilusoria es tener.
El ser es la esencia humana que nos compele a buscar realización en el bien, la empatía, la interdependencia con el prójimo y la naturaleza, y en la inmortalidad del ente espiritual que trasciende a la muerte.
El tener es la expresión del ego que busca su expresión en la afirmación de la personalidad, de la inclinación a lo material, del eros o placer y del deseo de control o dominio.
La exageración del ego en lo político-social se manifiesta en desigualdad, injusticia y pobreza. Produce totalitarismo, megalomanía o embriaguez de poder, mesianismo, cleptocracia y manipulación.
En el mundo empresarial, la falta de cordura en el tener se traduce en explotación, publicidad engañosa y evasión de impuestos.
El saldo de fundamentar la vida en el tener es negativo desde cualquier cristal con que se mire. Ha producido las calamidades que están poniendo en peligro la vida del planeta y de los humanos: las guerras, el cambio climático y la depredación de los recursos naturales. El afán desmedido por tener roba la felicidad y destruye las familias y la sociedad.
El antídoto contra la decadencia ética que amenaza esta civilización es redescubrir el ser. Volver al ser es valorar a las personas por lo que son, no por lo que aparentan. Volver al ser es repudiar códigos de vestimentas en centros comerciales de clase media que permiten expulsar a una anciana por la humildad su ropaje.
Volver al ser es vivir en frugalidad, desechando el consumo irresponsable y exagerado, el vehículo contaminante, el endeudamiento insostenible y la pérdida de integridad por la obtención de objetos de marca o de un apartamento lujoso en una torre.
Volver al ser es vivir desde el amor, el respeto y el encuentro, buscando en el otro la esencia humana que todos compartimos y el alma, que nos hace eternos.