No tengo por qué tomar parte en la lucha interna del Partido de la Liberación Dominicana, pero hay cosas muy preocupantes que uno no puede dejar de comentarlas.
El dirigente de ese partido Ramón Ventura Camejo, lejos del comedimiento que suele observar en sus declaraciones públicas, dice ahora que el llamado Pacto de Juan Dolio, suscrito en abril de 2015 entre los peledeístas, no tiene valor alguno y que más que un acuerdo lo que hubo entonces fue un atraco de una minoría rebelde contra sus adversarios internos.
Como se sabe, ese pacto lo aprobó el Comité Político del PLD y sirvió de base a la reforma constitucional que franqueó las puertas a la reelección del presidente Danilo Medina. Entonces se incluyó un artículo que le impide legalmente al presidente volver a postularse.
Ese acuerdo se aplicó en todo lo conveniente al presidente y sus seguidores, pero cuando ha llegado el momento de cumplir la otra parte, se dice que es ilegítimo.
¿Cómo es que si fue válido para unas cosas no tenga validez para las otras? Como si a los hombres públicos, mucho menos a los que tienen en sus manos las riendas del país, les fuera permitido esa clase de malabares.
Faltaría ver la postura final del presidente cuando llegue el instante decisivo. Él aceptó el artículo de la Constitución que lo inhabilita legalmente para postularse. Lo hizo como jefe del Estado y eso por sí solo le da un carácter solemne a esas acciones.
Cuesta trabajo creer que ahora se olvide de todo esto y promueva otra reforma constitucional para buscar de nuevo la reelección.
Ojalá no lo intente, porque aun en el caso de que su plan se cumpliera y lograra su propósito, hay que saber que no todo lo que se puede se debe, como me dijo un compañero con mucho acierto.
Y sobre todo, debieran medir las consecuencias, porque si este pueblo sigue viendo a sus hombres públicos comprometerse a una cosa para luego faltar a su palabra y hacer otra, los malos ejemplos desde arriba se reproducirán a todos los niveles, la palabra política va a quedar cada vez más desprestigiada, quienes la ejercen perderán toda credibilidad y cuando eso ocurre el pesimismo se propaga como epidemia y es en ese ambiente de fatalismo colectivo que se incuban las peores desgracias que pueden abatirse sobre cualquier país.