Ignorar las señales de lo que ocurre ante nuestros ojos es deficiencia común a los seres humanos. Muchas de las tragedias más dolorosas de la humanidad se habrían evitado de no ser por esta característica nuestra. Por eso creo importante resaltar la agresión a dos activistas cometidas por un grupo con pretensiones paramilitares en el parque Colón.
Da igual estar o no de acuerdo con la opinión de ellas, si la encontramos ridícula o impertinente, la protección a la libertad de expresión es pilar esencial de la democracia. De hecho, como he señalado antes, existe precisamente para proteger las expresiones impopulares, que también cumplen su rol en la preservación del interés común.
De ahí que sea muy peligrosa la tolerancia oficial frente a un grupo que, con el paso del tiempo, se acerca cada vez más a la comisión de actos violentos. Que esas personas vapulearan a dos mujeres que protestaban contra la memoria de Colón es un atentado a la libertad de expresión de ellas; que lo hicieran ante la pasividad de agentes de seguridad pública nos indica que éstos no sienten como deber velar por la seguridad de todos; que lo hicieran en nuestro nombre es escandaloso.
No se trata de tomar partido por la opinión de ellas. Criticarlas es derecho que nos asiste, porque la dinámica de la libertad de expresión es que quien dice lo que quiere debe oír lo que no quiere. Pero una cosa es esa y otra impedirles decirlo. Además, por un grupo que ha sido recibido por funcionarios importantes y por políticos igualmente importantes, o más.
Nunca sobra repetir la advertencia de Martin Niemöller: Cuando no protestamos contra estas cosas porque no nos afectan directamente, llegará el día que vengan por nosotros y ya no quedará nadie que proteste.
Nos queda tiempo, pero no mucho.