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Semiótica de la Virgen y Jesús

La Virgen de las Mercedes, según una leyenda, llegó a la isla con el Descubrimiento y desde entonces se ha establecido en un cerro de La Vega desde donde intervino del lado de los españoles en una escaramuza guerrera con aborígenes, dueños circunstanciales del país.

Su día, 24 de septiembre, es sagrado y arrastra a creyentes de distintos puntos.

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El Cristo de los Milagros, nada belicoso, fue encontrado náufrago en una playa del oeste de la isla (hoy en territorio haitiano) antes de las devastaciones de Osorio (1605) y llevado a Bayaguana en la fundación del poblado con habitantes de Bayajá y Yaguana.

Su primera acción consistió en devolver la vista a la madre de la niña que lo encontró. No se le conoce hazaña guerrera, su día no es festivo y coincide con el de Santos Inocentes.

La Virgen de Altagracia (advocación de María, madre de Jesús, como lo es Mercedes), tiene también entre nosotros fama de guerrera.

Según una leyenda, intervino del lado de dominicanos reunidos en cincuentenas en las escaramuzas de La Limonade, cuando se peleaba por echar a los ocupantes de la abandonada parte oeste de la isla; también habría ayudado a los alzados contra la ocupación del país por la marina de Estados Unidos.

Su casa está en el extremo oriental de la isla, su día es sagrado y sus milagros arrastran a creyentes del país, Haití y Puerto Rico.

A las tres advocaciones se les atribuyen milagros, pero el Cristo no ha calado, talvez porque su iconografía del derrotado no se aviene con el carácter del pueblo dominicano, contrario a las vírgenes, una, abusadora de aborígenes, pero comprometida, y la otra de armas tomar del lado de su pueblo a pesar de la cara de pendeja impresa en su iconografía.

Siendo Jesús, como lo es, eje de la religión católica (y casi de todas las protestantes) no ha conseguido encajar con el carácter de un pueblo díscolo, hijo de las guerras, guerrero contra otros y contra sí mismo, refractario a toda noción de orden y sin embargo creyente en un orden superior al que aspira poder ajustarse con la intercesión de la madre del Ordenador.

Debe de ser, precisamente, porque el pueblo dominicano no se aviene con el símbolo de fondo en el Cristo herido, sangrante, colgado de una cruz, a todas luces derrotado, y prefiere, en cambio, el símbolo de la madre meditativa con el niño en su falda, toda dulzura, pero pronta al milagro y a las armas cuando su pueblo la necesita.

No sé, digo yo… sobre la base de la función del símbolo en el cuerpo social.

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