La Semana Santa es un evento cristiano que recuerda los últimos momentos de Jesucristo, el hijo de Dios, en la tierra: su pasión, muerte y resurrección; es para reflexionar en familia, sobre su misión; revisar los valores que han guiado nuestras acciones.
En estos días, debemos buscar la forma de no recibir bombardeo de informaciones odiosas sobre temas políticos, sociales, judiciales, etc. y menos sobre los que aprovechan esta temporada para promover fiestas, negocios, etc.; concentrémonos en actividades que serenen el espíritu, que unan las familias con lazos de amor, en evocar y analizar el significado de la crucifixión y muerte de Jesús.
Indiscutiblemente, envía múltiples mensajes ver a Jesús clavado en una cruz, con corona de espina, derramando sangre, mientras observa a su alrededor, las increíbles actitudes y acciones de aquellos por quienes muere, para salvarlo. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Hoy, en medio del silencio del entorno, sentada en la mecedora que perteneció a mi abuelo, mirando los árboles moverse por la suave brisa, he dejado mi mente volar, hacia lo espiritual.
Es obvio, que mientras religiosos se esfuerzan en señalar el alma, con prédicas, procesiones, eucaristías, cenizas, etc., los principios cristianos son arropados por actividades banales, que se desprenden de fiestas, comidas, bebidas, etc. Son muchos los que esperan los días de asueto de Semana Santa, para exhibir cosas materiales, divertirse, promover organizaciones, obtener beneficios individuales, con la familia dividida y rodeados de infelices hambrientos, en lugar de hacer una reflexión profunda, acercarse a Dios y limpiar los tóxicos del alma.
Muchos, incluyendo instituciones religiosas, esperan la Semana Santa para destacar su misión y, pasada la temporada, vuelven a la rutina.
No hay forma de que sus líderes recuerden, todos los días, con palabras y hechos, que la vida, pasión y muerte de Jesús, fue por la salvación de la humanidad, que todos somos iguales ante Dios, que lo importante es la paz espiritual, no lo material. Es obvio, que la tristeza de Jesús en la cruz no era porque perdía la vida, era porque veía su entorno y se preguntaba si su lucha por sembrar amor y paz había calado en el alma de la humanidad.
Busquemos con valentía en nuestro YO interior; digámosle a Jesucristo, sí, valió la pena su sacrificio; si necesitamos más luces para entenderlo o más valor para ayudar, respetar y compartir con el prójimo, lo poco o mucho que tenemos. Pero también como Jesús, con firmeza y coraje, “saquemos los mercaderes del templo”, desarropémoslos y señalémosles, el camino donde encontrarán el tesoro más valioso: la paz.
En esta Semana Santa, pidámosle a Dios, con fe, que ilumine a los líderes nacionales, de todos los sectores, para que los valores cristianos, fluyan en todas sus actitudes y acciones; para que, sin hipocresía, puedan ser ejemplares; para que tengamos una comunidad donde reine la armonía, la paz; para que imitemos a Jesús y seamos personas de bien, virtuosas, en la familia y la sociedad.