Ante la historia
—¿Y usted, qué hizo? —Maté un hombre, miserablemente. No se defendió.
—¿Qué pretende?
—El olvido. Soy Caín.
El ingenio de Noé
Noé, antes del diluvio, pasó momentos de grandes dificultades. A fuego cruzado, blanco de la burla de sus vecinos, terminó su Arca. Navegó bajo una eterna lluvia y sin ninguna práctica, a su suerte, en medio de un mar de agua dulce que nació de la nada. Vivió al borde de la locura. La noche fue tantas veces negra y profunda que no tenía fin. Pensó que moriría bajo las furias del vendaval o, el griterío azaroso de las fieras a bordo; pero un día vio el sol y salió, finalmente, a camino con el primer zoológico flotante para diversión exclusiva de una sola familia que conoció la humanidad.
El vórtice de los tiempos
El paraíso. Se convirtió en el hogar de la primera pareja terrenal. El origen de las primicias y fábulas alucinantes, también. Allí nació el pecado. El miedo, la tentación, el mal supremo y el sublime encanto de la intriga, a través de la pérfida lengua de una serpiente. Caín, con la marca indeleble de predador a cuestas, se convierte en el primer caminante que conoce la inmensidad del mundo. Alegre y eufórico, llenando cada día sus ojos de bellos paisajes; y que, con el paso del tiempo, se le llamaría turista. Y Abel, con su drástica y sangrienta caída en la tierra —y sepultado por la madre y sin ayuda, por amor, sin conocer la palabra amor—, sirvió de inspiración para levantar el primer cementerio de la humanidad.
El deseo del escriba
El ángel escriba le habla a Dios:
—Señor Todopoderoso, la obra creadora que tiene por delante es grandiosa. El mundo tiene que enterarse desde el principio. Será su gran legado. Y yo, para escribirla necesito ver.
Y Dios, de acuerdo con el deseo del escriba, dijo:
—Hágase la luz.
Y todo el universo se iluminó.
Dios es inteligente, Previsor y Eterno.
Sin luz no había forma de escribir.
El arca de Noé
El pasaje bíblico cautivó su interés; y la cuarta vez, leyéndolo en voz alta, vio un detalle revelador. Qué curioso, pensó. Y para asegurarse leyó de nuevo: «…entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo». Sí, estaba en lo correcto. Dios, quizá de manera deliberada, dejó fuera a las suegras. Los únicos viejos en el arca eran Noé y su esposa.
Lázaro
Lázaro —que desde aquella tarde, cuando la poderosa voz del Maestro lo levantó, pasó a llamarse El Revivido— vivió muchas horas de angustias cuando vio a su salvador morir clavado de pies y mano en la cruz. En el curso de su vida no pudo evitar las voces que decían: ahí va el Revivido. Pensó que muerto Jesús a él le quedaba poco tiempo de vida. El futuro era sombrío.
Uno y otro día vivió pensando que el próximo día moriría irremediablemente.
Ese estado de infinito desasosiego jamás lo abandonó y vivió así, pensando constantemente en la partida, el final definitivo, su muerte irremediable, hasta el último día de su vida.