Frederich E Berges
Los últimos diez y ocho meses han sido caracterizados por la pandemia del virus Covid-19 y sus variantes, aún vigente. Lo primero han sido sus consecuencias sobre la salud, y lo segundo sobre el bolsillo de cada cual. Una pandemia de salubridad y económica.
Frente a ello el gobierno desplegó un temprano y efectivo esfuerzo de vacunación, descansando de manera primaria sobre la vacuna de origen chino, Sinovac, gracias a las eficientes diligencias llevadas a cabo. Desafortunadamente solo un segmento de la población ha completado sus vacunas, lo que no ha permitido que hayamos alcanzado la plena inmunidad de grupo que facilitaría un retorno a una vida más ajustada a la normalidad.
En cuanto a la pandemia económica, han sido notorios los esfuerzos desplegados mediante diferentes ayudas económicas de carácter social con la intención de amortiguar la caída en los ingresos. Además, el Banco Central ha mantenido una constante oferta de créditos, para así mantener la demanda a la altura que requieren las circunstancias. Finalmente, también se ha incurrido en estímulos fiscales con la intención de aliviar la carga impositiva de algunos sectores.
Ahora vivimos les efectos de la secuela de la pandemia. La primera se centra alrededor del debate de si procede o no una tercera vacunación, aun cuando no se haya logrado una vacunación completa de toda la población. Esto es materia para expertos en salubridad, pero no hay dudas de que nos encaminamos a ello. La segunda es la inflación, tanto de origen internacional por el desabastecimiento que produjo la pandemia en su etapa más dura, como nacional, muy influenciada por lo anterior.
La única salida que tenemos es seguir insistiendo por todas las vías posible en que la población complete sus dosis de vacunas, y esperar una determinación definitiva para una tercera vacuna. Por el otro lado, la inflación requiere medidas de corte monetario y fiscales, que de seguro causarán disgustos, pero como la vacuna, necesarias para no caer en males perores.
